CADA DIA SU AFÁN 25 de junio de 2016
DAR POSADA AL PEREGRINO
Esta obra de misericordia
evoca los tiempos en los que los peregrinos llegaban a una aldea pidiendo
alojamiento. En realidad nos invita a repensar nuestra capacidad para la
acogida y la hospitalidad. Esta antigua obra de misericordia se actualiza hoy en
la acogida a los numerosos inmigrantes y refugiados que buscan acogida en
países que consideran más prósperos y más seguros.
En las páginas de la Biblia encontramos
numerosos ejemplos de gentes hospitalarias con relación a los pobres y a los
extranjeros.
Abraham acoge en su tienda a los peregrinos
que llegan hasta Mambré y en ellos acoge
al mismo Dios (Gén 18, 3-5). La hospitalidad de la viuda de Sarepta hacia Elías
es recompensada con el aumento de la harina y del aceite. El recuerdo de la esclavitud en Egipto motiva la norma de acoger al forastero y al
emigrante: “Amaréis al emigrante, porque emigrantes fuisteis en Egipto” (Dt,
10,19).
En Betania Jesús es acogido por Marta y
María (Lc 10, 38, 42) y en Jericó se hace invitar por Zaqueo. Aquel gesto de
hospitalidad lleva al jefe de los publicanos a compartir sus bienes con los
pobres y a practicar la justicia con los defraudados (Lc 19, 1-10). La
hospitalidad para con los forasteros, con los que Jesús se identificará en el
juicio final, es uno de los signos
para discernir la sinceridad de los creyentes (cf. Mt 25,
35.43).
Finalmente recordamos la
exhortación de la carta a los Hebreos: “No os olvidéis de la hospitalidad;
gracias a ella algunos hospedaron a ángeles sin saberlo” (Heb 13,2).
La hospitalidad es la gran
victoria contra los estereotipos que proyectamos sobre el prójimo, al que
consideramos peligroso. Quien acoge a otros en su corazón demuestra tenerlo
grande y abierto. Quien acoge a otros en
su hogar, puede esperar ser acogido. Y, sobre todo, puede ejercer la gratuidad del amor.
Con el ejercicio de la
hospitalidad a los pobres, a los marginados y a los inmigrantes podrán vivir
los creyentes el espíritu de la fraternidad. Al mismo tiempo, denunciarán el
individualismo de nuestro mundo. Y, por fin, anticiparán proféticamente la
acogida que el Padre celestial nos ha de dispensar en su morada eterna.
La obra de misericordia que nos invita a dar
hospitalidad al peregrino nos obliga a preguntarnos por nuestra responsabilidad
en ignorar la situación de las personas que se ven privadas de un hogar y aun
de la esperanza de adquirirlo. Pensamos
en los prófugos que son obligados a abandonar sus casas y sus países de origen.
Y en los inmigrantes que son vistos como una amenaza para los ciudadanos.
Y pensamos también en todos
aquellos a los que nos negamos a aceptar como colegas y como hermanos. Seguramente
debemos preguntarnos cómo nos sentiríamos si nos encontráramos un día en su
lugar.
José-Román
Flecha Andrés