martes, 21 de junio de 2016

CADA DIA SU AFÁN 25 de junio de 2016

     DAR POSADA AL PEREGRINO

Esta obra de misericordia evoca los tiempos en los que los peregrinos llegaban a una aldea pidiendo alojamiento. En realidad nos invita a repensar nuestra capacidad para la acogida y la hospitalidad. Esta antigua obra de misericordia se actualiza hoy en la acogida a los numerosos inmigrantes y refugiados que buscan acogida en países que consideran más prósperos y más seguros. 

En las páginas de la Biblia encontramos numerosos ejemplos de gentes hospitalarias con relación a los pobres y a los extranjeros. 

 Abraham acoge en su tienda a los peregrinos que llegan hasta Mambré y en ellos  acoge al mismo Dios (Gén 18, 3-5). La hospitalidad de la viuda de Sarepta hacia Elías es recompensada con el aumento de la harina y del aceite.  El recuerdo de la esclavitud en Egipto  motiva la norma de acoger al forastero y al emigrante: “Amaréis al emigrante, porque emigrantes fuisteis en Egipto” (Dt, 10,19).

   En Betania Jesús es acogido por Marta y María (Lc 10, 38, 42) y en Jericó se hace invitar por Zaqueo. Aquel gesto de hospitalidad lleva al jefe de los publicanos a compartir sus bienes con los pobres y a practicar la justicia con los defraudados (Lc 19, 1-10). La hospitalidad para con los forasteros, con los que Jesús se identificará en el juicio final, es uno de los signos  para  discernir  la sinceridad de los creyentes (cf. Mt 25, 35.43).

Finalmente recordamos la exhortación de la carta a los Hebreos: “No os olvidéis de la hospitalidad; gracias a ella algunos hospedaron a ángeles sin saberlo” (Heb 13,2).

La hospitalidad es la gran victoria contra los estereotipos que proyectamos sobre el prójimo, al que consideramos peligroso. Quien acoge a otros en su corazón demuestra tenerlo grande y abierto.  Quien acoge a otros en su hogar, puede esperar ser acogido. Y, sobre todo, puede  ejercer la gratuidad del amor.

Con el ejercicio de la hospitalidad a los pobres, a los marginados y a los inmigrantes podrán vivir los creyentes el espíritu de la fraternidad. Al mismo tiempo, denunciarán el individualismo de nuestro mundo. Y, por fin, anticiparán proféticamente la acogida que el Padre celestial nos ha de dispensar en su morada eterna.

La obra de misericordia que nos invita a dar hospitalidad al peregrino nos obliga a preguntarnos por nuestra responsabilidad en ignorar la situación de las personas que se ven privadas de un hogar y aun de la esperanza de adquirirlo. Pensamos en los prófugos que son obligados a abandonar sus casas y sus países de origen. Y en los inmigrantes que son vistos como una amenaza para los ciudadanos.

Y pensamos también en todos aquellos a los que nos negamos a aceptar como colegas y como hermanos. Seguramente debemos preguntarnos cómo nos sentiríamos si nos encontráramos un día en su lugar.

                                                                         José-Román Flecha Andrés