POVEDA
Ha llegado a las salas de
cine la película “Poveda”, dirigida por Pablo Moreno. A pesar de la escasez de
recursos con que cuenta la empresa productora, es una presentación muy digna y
hasta conmovedora de la figura del sacerdote Pedro Poveda Castroverde. Nacido
en Linares en 1874, sería asesinado en Madrid el día 28 de julio de 1936.
Unido a la Institución
Teresiana por vínculos familiares y afectivos, siempre he tenido en el corazón
el ejemplo de aquel sacerdote admirable. Su sencilla obra “Para los niños” fue
mi primer libro de lectura. A él debo mi inclinación a ver la ética y la moral
desde el lado positivo de las virtudes. Releo con gusto aquellas páginas
marcadas por mis trazos de niño:
“El niño soberbio e
hinchado mueve a desprecio”. “Si desde niño no aprendes a vencer el amor
propio, serás víctima de él, y te harás insoportable a todos”. “Si quieres
obrar con prudencia, piensa mucho las cosas y pregunta antes de decidirte”.
“Bueno será que entiendas desde los primeros años que la vida está sembrada de
sufrimientos y amarguras”.
A los acomodados de su
tiempo les molestaba la atención que el joven sacerdote Pedro Poveda dedicaba a
los marginados que vivían en “las periferias existenciales” de las cuevas de
Guadix. Andando el tiempo, me conmovió visitar aquel lugar. Ahora vemos que su
gesto era una profecía de esa salida que el Papa Francisco pide hoy a toda la
Iglesia.
Es admirable la esforzada lucha de Poveda para
promover la emancipación de la mujer de viejos estereotipos y su integración en
todos los ámbitos de la vida social. Pero aquel propósito es, además, un
anticipo de las sugerencias conciliares sobre la responsabilidad de los laicos
en la vida de la Iglesia y en todos los campos de la sociedad.
Su interés en articular las
estructuras necesarias para llevar a cabo una educación integral hacen de él un
pedagono y humanista que no puede ser olvidado, como lo ha reconocido la
UNESCO. Con gusto hice notar su importancia en el estudio que me pidió el
profesor Laín Entralgo para la “Historia de España” de Menéndez Pidal.
El día de su beatificación
percibí la oportunidad de crear en la Universidad Pontificia de Salamanca una
cátedra que evocara su nombre, su vocación y su profecía. El diálogo entre la
fe y la ciencia es una tarea imprescindible que ha de evitar los
fundamentalismos que tientan siempre a las dos partes.
El día en que asistí a su
canonización en Madrid (4.5.2003), pensaba, sobre todo, en el ejemplo de vida
sacerdotal que nos había dejado. Hoy, a la vista de la nueva “era de los
mártires” por la que estamos atravesando, creo que es el momento de meditar la
frase de san Pablo que Pedro Poveda convirtió en su lema personal: “creí, por
eso hablé”.
José-Román
Flecha Andrés