OBRAS DE MISERICORDIA
El día 8 de diciembre de 2015 se han cumplido cincuenta años desde
la clausura del Concilio Vaticano II. El papa Francisco ha decidido celebrarlo
por medio de un año santo dedicado a anunciar, celebrar y vivir la
misericordia. La que Dios nos ofrece
cada día. Y la que hemos de ofrecer a todos nuestros hermanos.
Es este un año para hacer de la misericordia el eje, el motivo y
el acicate de la nueva evangelización. La convocatoria de un jubileo
extraordinario sobre la misericordia no puede ser desaprovechada.
Nuestras parroquias, los encuentros, los retiros y las catequesis
para jóvenes y adultos. Todas nuestras actividades han de ayudarnos a descubrir
el don de la misericordia de Dios y la responsabilidad de practicar esa tarea.
Todo ha de llevarnos a practicar las obras de misericordia.
En la bula El rostro de la
misericordia, con la que ha convocado el jubileo, el papa Francisco manifiesta expresamente su
deseo de que la comunidad cristiana preste más atención al ejercicio
inesquivable de las obras de misericordia, tanto corporales como espirituales:
“Es mi vivo deseo que el pueblo cristiano reflexione durante el
Jubileo sobre las obras de misericordia
corporales y espirituales. Será un modo para despertar nuestra
conciencia, muchas veces aletargada ante el drama de la pobreza, y para entrar
todavía más en el corazón del Evangelio, donde los pobres son los privilegiados
de la misericordia divina”.
Aunque las obras de misericordia aparezcan explícitamente en el Catecismo de la Iglesia Católica, tal
vez las tengamos un tanto olidadas. Sin embargo, como ha escrito el Papa, “la
predicación de Jesús nos presenta estas obras de misericordia para que podamos
darnos cuenta si vivimos o no como discípulos suyos”.
El viejo refrán nos recordaba que “obras son amores y no buenas
razones”. Algo parecido nos dice el Papa al recordarnos que las obras de misericordia son una prueba de
la seriedad con la que aceptamos y vivimos nuestra vocación cristiana.
Por si las habíamos olvidado, en la bula papal se nos recuerdan
las llamadas obras de misericordia
corporales: “dar de comer al hambriento, dar de beber al sediento, vestir
al desnudo, acoger al forastero, asistir los enfermos, visitar a los presos,
enterrar a los muertos”. Si bien se mira, son el anticipo multisecular de los
modernos voluntariados y aun de muchos programas sociales y políticos.
Además, el Papa nos pide que no olvidemos tampoco las obras de misericordia espirituales:
“dar consejo al que lo necesita, enseñar al que no sabe, corregir al que yerra,
consolar al triste, perdonar las ofensas, soportar con paciencia las personas
molestas, rogar a Dios por los vivos y por los difuntos”.
Estas tareas propias del amor y de la compasión no nacen de una
estrategia eclesial ni de un movimiento sentimentalista, sino que encuentran su
origen y su sentido en la misma predicación de Jesús. Hora es de recordarlas y
ponerlas en práctica.
José-Román Flecha Andrés