Son muchos los problemas por los que pasa
hoy la atención a la creación. En su encíclica Laudato si’, el Papa Francisco no se limita a extender un elenco de
los desafíos éticos que nos plantean la moderna tecnología, la economía o
nuestro afán de consumo y despilfarro. Piensa en un mundo más vivible y más
justo. Y nos propone el ideal de un mundo más humano.
Para lograr esa meta será preciso apelar
una y otra vez al respeto y a la responsabilidad sobre el medio ambiente en el
marco de la política internacional (LS 164). La encíclica recuerda que son ya
numerosos los encuentros y las cumbres mundiales, que se han venido celebrando
con la finalidad de salvar el planeta tierra (LS 166-171).
Estos proyectos parecen reflejar las
preocupaciones y los intereses de los países desarrollados por mantener un
crecimiento sostenible de la producción. Pero la encíclica afirma que también
hay que tener en cuenta las necesidades de los países pobres, que tienen como
urgente prioridad la erradicación de la miseria (LS 172).
Ahora bien, aun sin ignorar el ámbito
internacional, esas actitudes y compromisos relativos al respeto al ambiente deberán
hacerse notar también a la hora de tomar decisiones en el ámbito nacional y en
el entorno local, donde con frecuencia se asiste a casos de abandono o de
corrupción (LS 176).
Con todo, no basta con evitar el mal. El
Papa sugiere tres tareas o metas que deberían orientar tanto las politicas
nacionales como la administracion local: “Pero el marco político e
institucional no existe solo para evitar malas prácticas, sino también para
alentar las mejores prácticas, para estimular la creatividad que busca nuevos
caminos, para facilitar las iniciativas personales y colectivas” (LS 177).
Alentar, estimular y facilitar: he ahí
tres palabras claves para una política común y responsable. Precisamente en
este ámbito local, tan cercano a los ciudadanos y tan determinante para su vida
diaria, es preciso favorecer la transparencia en el proceso de decidir sobre la
naturaleza y sobre el ambiente.
Seguramente todos nos hemos preocupado
alguna vez por las vías de tráfico o bien por las políticas agrícolas. Es
evidente que en esos terrenos la experiencia diaria de los ciudadanos habría de
contar mucho a la hora de considerar su ideal de calidad de vida y el ámbiente
natural en que ésta ha de encontrar su mejor espacio (LS 182-188).
Por supuesto, todo esto no es fácil. Así
que, como compromiso intermedio, debería instaurarse una mesa de diálogo entre
la política y la economía en beneficio de la felicidad y de la realización de
las personas concretas (LS 189-198).
Nadie puede ni debe sentirse excluido
del círculo. Este es un diálogo que también deberían establecer y cultivar las
religiones entre sí. Y un diálogo que las diversas religiones habrían de entablar con los representantes de las
ciencias y de la técnica (LS 199-201).
José-Román
Flecha Andrés