UNA ECOLOGÍA INTEGRAL
El
capítulo cuarto de la encíclica Laudato
si’, del Papa Francisco se abre con una presentación clásica de
la ecología: “La ecología estudia las relaciones entre los organismos vivientes
y el ambiente donde se desarrollan”. Pero el documento amplía esta definición
para abarcar las condiciones de vida y supervivencia de la sociedad (LS 138).
De
hecho, el Papa nos propone el ideal de una ecología integral, es decir,
ambiental, económica, social y cultural. Y recuerda una frase de Benedicto XVI:
“Cualquier menoscabo de la solidaridad y del civismo produce daños ambientales”
(LS 142).
Esa
es una verdad como un cedro del Líbano. Al crimen de destrozar los bosques hay
que unir otros: adulterar las relaciones sociales, dinamitar los monumentos y
pervertir las instituciones que
constituyen el patrimonio de la humanidad (LS 143).
El
principio básico es respetar la vida.
Hoy se menciona constantemente el ideal de la “calidad de vida”. Pero
ese término es ambiguo y resbaladizo. Como de paso, advierte el Papa que la
noción de “calidad de vida” no puede imponerse, sino que debe entenderse dentro
del mundo de símbolos y hábitos propios de cada grupo humano” (LS 144).
¿A
qué viene esa advertencia? A veces caemos en la tentación de despreciar el estilo de vida de otras
culturas. Pero eso es una vergüenza. En la encíclica se viene a decir que no se
puede ignorar el valor de una cultura determinada, de esas que despreciamos
como “primitivas”.
Un
día se nos informa que ha desaparecido una de esas culturas allá en las selvas
del Amazonas. Y nos quedamos tan frescos. Pero la desaparición de una de esas
culturas “es tanto o más grave que la
desaparicion de una especie animal o vegetal” (LS 145).
Con
frecuencia los medios de comunicación del primer mundo critican a los
“primitivos” de haber destruido el contexto natural. Y nadie se escandaliza de
esa calumnia. Esas culturas aborígenes han vivido en sintonía con su ambiente y
lo han preservado mejor que nadie (LS 146).
Tras
sugerir algunas iniciativas muy concretas para fomentar el ejercicio de una
ecología de la vida cotidiana, en el hogar y en el puesto de trabajo, el Papa
evoca la calidad de vida que se puede promover en las ciudades, en los barrios
y en las zonas rurales. Pero también nos invita a observar y evitar la posible
degradación de esos mismos espacios. Hay que soñar y luchar para que también en
esos lugares, las personas se sientan como en casa (LS 147-155).
Hemos
olvidado la majestad del bien común. El Papa Francisco subraya una vez más
la necesidad de respetarlo y promover
ese principio (LS 156-158). Y el deber de observar las obligaciones de justicia
entre las generaciones.
“A
las próximas generaciones podríamos dejarles demasiados escombros, desiertos y suciedad” (LS 161). No puede ser.
Hay que dejarles una tierra vivible y hermosa. Esta es la hora de revisar
nuestros criterios egoistas de consumo y desperdicio.
José-Román
Flecha Andrés