Ez 37,21-28
Jn 11,45-57
MARZO 28
Al ver lo que Jesús había hecho, creyeron en él muchos
de los judíos que habían ido a acompañar a María. Pero algunos fueron a contar
a los fariseos lo hecho por Jesús. Entonces los fariseos y los jefes de los
sacerdotes, reunidos con la Junta Suprema, dijeron: “¿Qué haremos? Este hombre
está haciendo muchas señales milagrosas. Si le dejamos seguir así, todos van a
creer en él, y las autoridades romanas vendrán y destruirán nuestro templo y
nuestra nación”. Pero uno de ellos llamado Caifás, sumo sacerdote aquel año,
les dijo: “Vosotros no sabéis nada. No os dais cuenta de que es mejor para
vosotros que muera un solo hombre por el pueblo y no que toda la nación sea
destruida”. Pero Caifás no habló así por su propia cuenta, sino que, como era
sumo sacerdote aquel año, dijo proféticamente que Jesús había de morir por la
nación judía, y no sólo por esta nación, sino también para reunir a todos los
hijos de Dios que se hallaban dispersos. Desde aquel día, las autoridades
judías tomaron la decisión de matar a Jesús. Por eso, Jesús ya no andaba
públicamente entre los judíos, sino que se marchó de la región de Judea a un
lugar cercano al desierto, a un pueblo llamado Efraín. Allí se quedó con sus
discípulos. Faltaba poco para la fiesta de la Pascua de los judíos, y mucha
gente de los pueblos se dirigía a Jerusalén, a celebrar antes de la Pascua los
ritos de purificación. Andaban buscando a Jesús, y se preguntaban unos a otros
en el templo: “¿Qué os parece? ¿Vendrá a la fiesta, o no?”. Los fariseos y los
jefes de los sacerdotes habían dado orden de que, si alguien sabía dónde estaba
Jesús, lo dijera, para poder apresarle.
Preparación: Algunos amigos nuestros han empezado sus
“vacaciones de primavera”. La secularización de esta sociedad pretende hacernos
olvidar lo que celebramos durante la Semana Santa. El evangelio de hoy señala
que “se acercaba la Pascua de los judíos”. Ahora se acerca la Pascua de los
cristianos. Preparemos el corazón para celebrar los misterios de nuestra
Redención.
Lectura: Según el profeta Ezequiel, el Señor se
compromete a hacer regresar del exilio a su pueblo. Lo librará de sus pecados y
de las tentaciones de la idolatría y renovará su alianza. Y añade el oráculo:
“Con ellos moraré, yo seré su Dios y ellos serán mi pueblo”. El evangelio de
Juan nos traslada a los días que siguieron a la resurrección de Lázaro. La
reacción de los fariseos y del sanedrín parece marcada por el miedo al poder
romano. Los milagros de Jesús suscitarán la fe de muchos. Y ese movimiento
puede desencadenar la ruina del templo y aun de la nación entera. Para Ezequiel
la fe en Dios era una bendición. Para los fariseos, la fe en Cristo es una
amenaza.
Meditación: En el sanedrín toma la palabra el sumo
sacerdote Caifás: “No os dais cuenta de que es mejor para vosotros que muera un
solo hombre por el pueblo y no que toda la nación sea destruida”. Ese
razonamiento “político” ha sido y es habitual en todos los tiempos y lugares.
Pero el mismo evangelio atribuye a esta frase un alcance profético. “Jesús
había de morir no solo por la nación judía, sino también para reunir a todos
los hijos de Dios que se hallaban dispersos”. Jesús es el gran signo de
reconciliación. Él murió por todos, judíos y paganos, creyentes y no creyentes.
Quienes creen en él forman del nuevo pueblo de Dios, sea cual sea su lugar de
procedencia. Jesús murió también por cada uno de nosotros.
Oración: “Señor, tú que realizas sin cesar la
salvación de los hombres y concedes a tu pueblo, en los días de Cuaresma,
gracias más abundantes, dígnate mirar con amor a tus elegidos y concede tu
auxilio protector a los catecúmenos. Por Jesucristo nuestro Señor. Amén”.
Contemplación: El evangelio de hoy habla de las
autoridades judías, que deciden dar muerte a Jesús. Habla de los peregrinos que
suben a Jerusalén y buscan sinceramente a Jesús. Y habla también del mismo
Jesús. Lo contemplamos en este día como el gran profeta silencioso. Ha
pronunciado su mensaje. Se ha revelado como el Hijo del Padre, ha apelado al
testimonio de las obras que el Padre le ha confiado. Ahora sólo queda el tiempo
del silencio. Y la espera de la hora de su sacrificio.
Acción: Podemos preguntarnos cómo podemos
organizar algunos espacios de silencio y de oración a lo largo de esta Semana
Santa.
José-Román Flecha Andrés