LA TENTACIÓN SEGÚN PABLO VI
La
palabra “tentación” parece relegada al lenguaje piadoso de otros tiempos. Y sin
embargo la actualidad nos la presenta todos los días en sus formas más crudas y
escandalosas, como los atentados terroristas, la corrupción política o
económica, la violencia familiar, las cien adicciones que destruyen a la
persona.
Pero
junto a los males morales más terribles aparece hoy otro mal, más subjetivo,
que consiste en justificar la tentación. Es muy habitual afirmar con Oscar
Wilde “puedo resistir cualquier cosa excepto la tentación”. Tal vez el ser
humano no puede resistir la fascinación del mal porque lo ignora o lo niega.
El
primer domingo de cuaresma del año 1965, en la iglesia romana de Todos los
Santos, Pablo VI trazaba una precisa
definición de la tentación: “La tentación es el encuentro entre la buena
conciencia y el atractivo del mal; y en la forma más insidiosa de todas (…) La
tentación es la simulación del bien; es el engaño por el cual el mal asume la
máscara del bien; es la confusión entre el bien y el mal”.
Es
interesante esa vinculación de la tentación con la mentira o, para ser más
benévolos, con la confusión. Como intentando buscar la causa de este error,
Pablo VI apuntaba al deseo de libertad que bulle en el corazón humano. Una
libertad que ya no se entiende solo como capacidad de decisión a la hora de
elegir los valores morales, sino también como la posibilidad de crear esos
mismos valores éticos:
“El
hombre moderno se adapta a todas las cosas. Es capaz de hacerse el abogado de
las cosas malas con tal de sostener la libertad del propio placer (…), una
libertad indiscriminada para lo que es ilícito. Se acaba así por autorizar
todas las expresiones de la vida inferior: el instinto se impone a la razón, el
interés al deber, la ventaja personal al bienestar común”.
El
Papa sabía que los errores de la conciencia nacen precisamente del olvido de la
ley de Dios: “Quien ya no tiene en cuenta la ley del Señor, sus mandamientos y
preceptos y no los siente ya reflejados en la propia conciencia, vive en una
gran confusión y se convierte en enemigo de sí mismo. Muchos males nuestros
están procurados por nuestras mismas manos, por la insensata malignidad
obstinada en buscar no lo que conviene, sino lo que es nocivo para la
existencia”.
De
todas formas, Pablo VI no pretendía solo denunciar esta autonomía moral, sino
que indicaba el camino para superar el fracaso al que podía conducir:
“Es
preciso renovar, revigorizar nuestra capacidad de juzgar, de discernir el bien
y el mal. Siempre que el mal (…) se presenta atrayente, lisonjero, seductor,
útil, fácil, agradable, debemos demostrar energía y prudencia para decir, tajante
y resueltamente, no. Este es el modo de rechazar y superar la tentación”.
Han
pasado cincuenta años desde que fueron pronunciadas aquellas palabras sobre la
tentación. Seguramente nos ayudarán a examinarnos al comienzo de la cuaresma.
José-Román
Flecha Andrés