lunes, 6 de octubre de 2014

CADA DÍA SU AFÁN 12 de Octubre de.2014

EL PROGRESO SEGÚN PABLO VI

Se puede decir que es  imposible entender del todo a Pablo VI sin tener en cuenta su encíclica Populorum progressio, es decir, “El progreso de los pueblos”. El Concilio Vaticano II había respondido varias veces a la tópica acusación, según la cual los cristianos, por haber dirigido su mirada hacia el cielo, habrían olvidado este suelo y por tanto el ansia de progreso y desarrollo de todos los pueblos.
Pues bien, el 26 de marzo de 1967, Pablo VI publicaba su encíclica sobre el progreso humano, en la que afirmaba que “en los designios de Dios, cada hombre está llamado a promover su propio progreso, porque la vida de todo hombre es una vocación dada por Dios para una misión concreta” (PP 15). Por consiguiente, según el Papa, el progreso humano entra en los planes de Dios, como había de explicar también en su carta Octogésima adveniens (1971).
En la primera parte de la encíclica, el Papa trata de proponer la esencia y el sentido del desarrollo integral del hombre. Para promoverlo de verdad, es preciso superar dos reduccionismos bastante habituales. En primer lugar, el que sólo valora el progreso material e ignora el espiritual. Y después, el que sólo trata de promover el progreso para algunos seres humanos olvidando a los demás.
La auténtica alternativa consiste en  promover el progreso integral, es decir el progreso “para todo el hombre y para todos los hombres”.  Esa frase había de hacer fortuna. De hecho, ha sido citada hasta siete veces por el papa Benedicto XVI en su encíclica Caritas in veritate.
En la segunda parte de la encíclica, Pablo VI señala algunas urgencias inesquivables para poder recorrer el camino hacia el desarrollo solidario de la humanidad. Ese camino pasa por una mayor asistencia a los débiles, por la garantía de la equidad en las relaciones comerciales y por los deberes que exige el mandato e ideal de la caridad universal.
Hay en esta encíclica algunas frases que son inolvidables. Como ésta que nos lleva a reflexionar sobre lo esencial del progreso: “El mundo está enfermo. Su mal está menos en la esterilidad de los recursos y en su acaparamiento por parte de algunos que en la falta de fraternidad entre los hombres y entre los pueblos” (PP 66).
Fiel a su primera encíclica, “Ecclesiam suam”, escribe Pablo VI que “entre las civilizaciones, como entre las personas, un diálogo sincero es creador de fraternidad”   (PP 73). Para lograr ese ideal, hay que postular una autoridad mundial eficaz que pueda despertar  y que promueva la esperanza de un mundo mejor (PP 78).
El Papa afirmaba, finalmente, que “la hora de la acción ha sonado ya; la supervivencia de tantos niños inocentes, el acceso a una condición humana de tantas familias desgraciadas, la paz del mundo, el porvenir de la civilización, están en juego. Todos los hombres y todos los pueblo deben asumir sus responsabilidades” (PP 80).

José-Román Flecha Andrés