EL
PROGRESO SEGÚN PABLO VI
Se puede decir que es imposible entender del todo a Pablo VI sin
tener en cuenta su encíclica Populorum
progressio, es decir, “El progreso de los pueblos”. El Concilio Vaticano II había respondido varias veces a la tópica
acusación, según la cual los cristianos, por haber dirigido su mirada hacia el
cielo, habrían olvidado este suelo y por tanto el ansia de progreso y
desarrollo de todos los pueblos.
Pues bien, el 26 de marzo de 1967, Pablo
VI publicaba su encíclica sobre el progreso humano, en la que afirmaba que “en
los designios de Dios, cada hombre está llamado a promover su propio progreso,
porque la vida de todo hombre es una vocación dada por Dios para una misión
concreta” (PP 15). Por consiguiente, según el Papa, el progreso humano entra en
los planes de Dios, como había de explicar también en su carta Octogésima adveniens (1971).
En la primera parte de la encíclica, el
Papa trata de proponer la esencia y el sentido del desarrollo integral del
hombre. Para promoverlo de verdad, es preciso superar dos reduccionismos
bastante habituales. En primer lugar, el que sólo valora el progreso material e
ignora el espiritual. Y después, el que sólo trata de promover el progreso para
algunos seres humanos olvidando a los demás.
La auténtica alternativa consiste en promover el progreso integral, es decir el
progreso “para todo el hombre y para todos los hombres”. Esa frase había de hacer fortuna. De hecho,
ha sido citada hasta siete veces por el papa Benedicto XVI en su encíclica Caritas in veritate.
En la
segunda parte de la encíclica, Pablo VI señala algunas urgencias inesquivables
para poder recorrer el camino hacia el desarrollo solidario de la humanidad.
Ese camino pasa por una mayor asistencia a los débiles, por la garantía de la
equidad en las relaciones comerciales y por los deberes que exige el mandato e
ideal de la caridad universal.
Hay en
esta encíclica algunas frases que son inolvidables. Como ésta que nos lleva a
reflexionar sobre lo esencial del progreso: “El mundo está enfermo. Su mal está
menos en la esterilidad de los recursos y en su acaparamiento por parte de
algunos que en la falta de fraternidad entre los hombres y entre los pueblos”
(PP 66).
Fiel a
su primera encíclica, “Ecclesiam suam”, escribe Pablo VI que “entre las
civilizaciones, como entre las personas, un diálogo sincero es creador de
fraternidad” (PP 73). Para lograr ese ideal,
hay que postular una autoridad mundial eficaz que pueda despertar y que promueva la esperanza de un mundo mejor
(PP 78).
El Papa
afirmaba, finalmente, que “la hora de la acción ha sonado ya; la supervivencia
de tantos niños inocentes, el acceso a una condición humana de tantas familias
desgraciadas, la paz del mundo, el porvenir de la civilización, están en juego.
Todos los hombres y todos los pueblo deben asumir sus responsabilidades” (PP
80).
José-Román Flecha Andrés