CONTRA IRA, TEMPLANZA
Se habla a veces de “la ira
santa”, para subrayar la coherencia y el valor de los que se enfrentan al mal
con todas sus fuerzas, aun a riesgo de dejar la vida en la protesta.
Pero todos vemos en la ira
un desorden cuando brota sin razón y arrebata la razón del ser humano,
haciéndole parecer menos humano. “De airado a loco va bien poco”, dice un
refrán. La persona airada no percibe los matices de las acciones ajenas y mucho
menos percibe las intenciones que las motivan. Los airados no admiten
disculpas. Y no ofrecerán su perdón, a menos que sean capaces de deponer su
ira.
Los que se distinguen por su
ira son temibles y temidos. Las gentes los evitan. La violencia de sus
reacciones deja a la vista su incapacidad para admitir la debilidad ajena y
hasta sus propios errores. El refranero critica tanto la ira del varón como de
la mujer: “De hombrecillo iracundo se ríe todo el mundo”; “Ira de mujer, ira de
Lucifer”.
Opuesta a la ira es la
templanza o mejor la mansedumbre. Lo contrario a la ira es el equilibrio
personal y la tolerancia. Los mansos son capaces de relativizar las ofensas y
también los contratiempos. La mansedumbre revela la cordura y el temple de la
persona.
San Juan de Ávila se refiere
muchas veces en sus predicaciones al pecado capital de la ira. Según él, para
vencer las tentaciones del demonio hay que vencerle con sus propias armas: “de
manera que trayéndote tentaciones de soberbia te humilles; y con las de lujuria
te hagas más casto”.
Recordando el libro de
Josué, dice que “la ira, como la blasfemia o la envidia, es un río que lleva al
infierno, como el Jordán lleva al mar de Sodoma. A los que son de Dios les
manda la bondad, la humildad y la mansedumbre de Dios, pero a los que no son de
Él, les mandan la ira, la carnalidad y la pasión”.
Todos tenemos que examinar
las causas de nuestros enojos y las consecuencias a las que nos arrastran. La
sabiduría popular recuerda que es más eficaz la miel que la hiel.
Hoy habrá que condenar la
violencia que se ejerce contra los indefensos, los marginados y los débiles.
Hay que denunciar la venganza institucionalizada y la ira que se presenta con
la saña del terrorismo. Por ese camino no se puede construir la paz social ni
se puede establecer la justicia. Hay que defender los propios derechos por la
vía de la razón y la justicia.
Por otra parte, en este
momento somos más sensibles que nunca a la ira que se manifiesta en la
violencia doméstica. Esa ira, a veces asesina, se atribuye con frecuencia al
machismo. Pero tiene otras muchas causas, como la falta de cultura, la pérdida
de verdaderos lazos de familia y de vecindad o la glorificación de la libertad
individual.
Ante el panorama de
violencia, de ira y de rencor que ofrecen algunos medios de comunicación, es
urgente educar a las nuevas generaciones en la comprensión y la sensatez. La
templanza y la mansedumbre habrán de contribuir a la paz social.
José-Román Flecha Andrés