Mesa de los pecados capitales El Bosco
CONTRA
ENVIDIA, CARIDAD
El refranero recuerda con
mucha frecuencia la figura del envidioso. Unas veces para poner de relieve su miseria y otras para
ponderar la suerte de quien suscita la envidia de los demás. He aquí tan sólo
tres ejemplos: “En corazón generoso no cabe ser envidioso”. “Envidia, ni
tenerla ni temerla”. “Más vale ser envidiado que envidioso”.
La envidia es considerada
generalmente como una pasión enfermiza. La sabiduría popular considera que
quien envidia a otros se rebaja a sí mismo y, contra su propio querer, termina
por hacer un honor a la persona envidiada.
La envidia, por tanto
refleja la pobre estima que la persona tiene de sí misma. Es una confesión de
su impotencia para lograr su propia realización. En lugar de encontrar en el
bien de los demás un estímulo para su vida, sólo ve en él un mal para sí misma.
La envidia genera con frecuencia prejuicios e insinuaciones, detracciones y
calumnias, odios y asechanzas contra las personas envidiadas. En realidad,
revela la falta de magnanimidad y de generosidad. A fin de cuentas, sólo la
caridad es capaz de superar los males que la envidia origina. “La caridad no es
envidiosa” (1 Cor 13,4).
En las lecciones sobre la
primera carta de Juan, que impartió en Zafra el año 1546, San Juan de Ávila
analiza las tres tentaciones humanas: la codicia de los ojos, la codicia de la
carne y la soberbia de la vida. En este contexto se refiere a “los siete
pecados mortales”. Para él los más señalados en su tiempo son “Honra y
descanso: dos quiciales con que se revuelven las puertas de los malos”. Por eso
van muchos a las Indias y a la guerra. De esas apetencias parece brotar la
envidia. Por eso añade el Maestro: “Acuérdate de Jesucristo y dile: Señor, pues
vos fuiste deshonrado, no se me da nada de serlo yo; vos tuvistes trabajos,
vengan a mí en hora buena”.
En nuestra sociedad, la
envidia alimenta los cotilleos de las personas que aparecen en los escenarios
sociales y en las tertulias de los medios de comunicación y en los comentarios
anónimos que infectan las nuevas tecnologías.
En un círculo más amplio, la
envidia ha generado muchos estereotipos que se proyectan sobre otros pueblos o
regiones. Los ciudadanos son “adoctrinados” para ignorar y despreciar a los
demás. La envidia se convierte fácilmente en causa y motivo de insolidaridad.
Más evidente es la envidia
que se refleja en las actitudes de los líderes políticos. Muchos de ellos
emplean su cargo no para promover el bien del pueblo, sino como una ocasión
para contrarrestar el bien que hayan podido hacer sus opositores. La mayor
parte de sus declaraciones parecen formuladas para denigrar a los adversarios.
Finalmente, la envidia
determina otras “políticas” importantes,
como las que mueven el amplio mundo de los deportes. Se necesita una educación
basada en la generosidad que enseñe a vivir en la aceptación de los demás y en la concordia.
José-Román Flecha Andrés