lunes, 28 de julio de 2014

CADA DÍA SU AFÁN 2.8.14

                                                                     Mesa de los pecados capitales-El Bosco                                                                 
CONTRA LUJURIA, CASTIDAD

La sexualidad humana abarca todas las potencialidades de la persona. De su comprensión y su ejercicio depende su identidad misma. Por eso la sexualidad no puede reducirse a la genitalidad. Una comprensión personalista de las apetencias sexuales las sitúa en la clave de la relación interpersonal y del respeto a las fuentes de la vida.
No es extraño que en muchas culturas, la sexualidad se haya visto como un don de la divinidad. La castidad ha sido considerada como una de las hijas de la templanza, una virtud por la que la persona muestra su señorío sobre los apetitos básicos: el de la supervivencia del individuo y la pervivencia de la especie.
En ese contexto es fácil considerar la lujuria como la profanación de los dones más sagrados que el ser humano puede recibir. Y es una profanación en la medida que la persona retorna al ámbito del apetito y del estímulo, renunciando al carácter de lenguaje y símbolo que la sexualidad humana comporta.
Por eso puede escribir San Juan de Ávila al referirse a los deleites carnales: “No sólo la lumbre del cielo, mas aun la de la razón natural, condena a los que en esta vileza se ocupan, como a gente que no vive según hombres, cuya vida ha de ser conforme a razón, mas según bestias, cuya vida es por apetito” .
 A lo largo del siglo XX la revolución sexual significó un signo importante de la reivindicación de los derechos de la persona. En nuestra cultura la lujuria es vista no como un vicio, sino como un acto de afirmación personal y como un medio de provocación social.
La reivindicación del derecho a las expresiones sexuales las ha sacado del ámbito privado, las ha convertido en espectáculo y en tema de narraciones y de todos los medios de comunicación. Además, la libertad sexual ha llevado a numerosos delitos de violación de personas inocentes y ha llegado a fundamentar un inmenso emporio económico.
En otros tiempos se solía ver tanto el vicio de la lujuria como la virtud de la castidad en un contexto personal. Ahora se ha desvinculado la sexualidad del matrimonio, de la procreación y del amor. Hoy es preciso analizar las dimensiones sociales de estas actitudes. Y promover una educación adecuada que ayude a la persona a descubrir el valor de una sexualidad integrada en la vida y abierta a una relación interpersonal generosa y responsable.
La fe cristiana reconoce que la sexualidad es un don de Dios. Y es una tarea confiada a la responsabilidad humana. Con todo, escribe el Maestro Ávila que la castidad no se logra por las solas fuerzas humanas sino que es un precioso don de Dios que es preciso pedir con humildad: “No es pequeña sabiduría saber cuán dádiva es la castidad; y no tiene poco camino andado para alcanzarla quien de verdad siente que no es fuerza de hombre, sino dádiva de nuestro Señor”.


José-Román Flecha Andrés