Mesa de los pecados capitales-El Bosco
CONTRA LUJURIA,
CASTIDAD
La sexualidad humana abarca todas las potencialidades
de la persona. De su comprensión y su ejercicio depende su identidad misma. Por
eso la sexualidad no puede reducirse a la genitalidad. Una comprensión
personalista de las apetencias sexuales las sitúa en la clave de la relación
interpersonal y del respeto a las fuentes de la vida.
No es extraño que en muchas
culturas, la sexualidad se haya visto como un don de la divinidad. La castidad
ha sido considerada como una de las hijas de la templanza, una virtud por la
que la persona muestra su señorío sobre los apetitos básicos: el de la
supervivencia del individuo y la pervivencia de la especie.
En ese contexto es fácil considerar la lujuria como la
profanación de los dones más sagrados que el ser humano puede recibir. Y es una
profanación en la medida que la persona retorna al ámbito del apetito y del
estímulo, renunciando al carácter de lenguaje y símbolo que la sexualidad
humana comporta.
Por eso puede escribir San
Juan de Ávila al referirse a los deleites carnales: “No sólo la lumbre del
cielo, mas aun la de la razón natural, condena a los que en esta vileza se ocupan,
como a gente que no vive según hombres, cuya vida ha de ser conforme a razón,
mas según bestias, cuya vida es por apetito” .
A lo largo del siglo XX la revolución sexual
significó un signo importante de la reivindicación de los derechos de la persona.
En nuestra cultura la lujuria es vista no como un vicio, sino como un acto de
afirmación personal y como un medio de provocación social.
La reivindicación del
derecho a las expresiones sexuales las ha sacado del ámbito privado, las ha
convertido en espectáculo y en tema de narraciones y de todos los medios de
comunicación. Además, la libertad sexual ha llevado a numerosos delitos de
violación de personas inocentes y ha llegado a fundamentar un inmenso emporio
económico.
En otros tiempos se solía
ver tanto el vicio de la lujuria como la virtud de la castidad en un contexto
personal. Ahora se ha desvinculado la sexualidad del matrimonio, de la
procreación y del amor. Hoy es preciso analizar las dimensiones sociales de
estas actitudes. Y promover una educación adecuada que ayude a la persona a
descubrir el valor de una sexualidad integrada en la vida y abierta a una
relación interpersonal generosa y responsable.
La fe cristiana reconoce que
la sexualidad es un don de Dios. Y es una tarea confiada a la responsabilidad
humana. Con todo, escribe el Maestro Ávila que la castidad no se logra por las
solas fuerzas humanas sino que es un precioso don de Dios que es preciso pedir
con humildad: “No es pequeña sabiduría saber cuán dádiva es la castidad; y no
tiene poco camino andado para alcanzarla quien de verdad siente que no es
fuerza de hombre, sino dádiva de nuestro Señor”.
José-Román Flecha Andrés