sábado, 14 de junio de 2014

QUÉ DICE LA BIBLIA SOBRE…


LA GRATITUD

Nos acercamos a una de las virtudes más preciosas para la teología y la comprensión cristiana de la vida. La gratitud humana responde, en primer lugar a la absoluta gratuidad del Dios que se entrega al hombre sin que éste lo haya merecido previamente.   La gratitud es el “sentimiento que nos obliga a estimar el beneficio o favor que se nos ha hecho o ha querido hacer, y a corresponder a él de alguna manera”.
Algunos antiguos refranes reflejan el aprecio que el pueblo ha tenido por esta virtud: “Quien favorece a gente buena, labra en buena tierra”. “Quien buena obra recibe, en ningún tiempo la olvide”. “Al árbol que te da sombra, para bien lo nombra”. “De hombre agradecido, todo bien creído”. Hay otros refranes que parecen marcar los puntos esenciales de una ética de la gratitud: “La gratitud ennoblece, la ingratitud envilece”. “De bien nacidos es el ser agradecidos”. “El buen agradecer, la mitad del pago viene a ser”.

1. GRACIAS A DIOS PORQUE ES BUENO

El israelita confiesa la absoluta gratuidad de la misericordia y los dones de Dios concedidos a su pueblo. El recuerdo de la liberación de Egipto es garantía histórica de la elección gratuita por parte de Dios. Dios ha elegido a Israel no por ser el más numeroso de todos los pueblos sino por el amor que le ha tenido. Por eso lo libró del poder de Faraón, rey de Egipto” (Dt 7,7-8).
Si es constante en Israel la conciencia de la gratuidad de la elección de que ha sido objeto por parte de Dios, igualmente constante había de ser el sentimiento de gratitud. El piadoso israelita da gracias por la victoria de su rey, por la liberación alcanzada frente a sus enemigos, por la recuperación de la salud. Sin embargo la gratitud no se muestra solamente ante los beneficios recibidos. Más profunda e igualmente frecuente es la gratitud que trasciende el hacer de Dios para considerar su mismo ser. He aquí un sólo ejemplo, que nos remite a múltiples referencias sálmicas:
¡Dad gracias a Yahveh, porque es bueno,
porque es eterno su amor!
¡Diga la casa de Israel:
que es eterno su amor!
¡Diga la casa de Aarón:
que es eterno su amor!
¡Digan los que temen a Yahveh:
que es eterno su amor! (Sal 118, 1-4).


2. EL GESTO DEL SAMARITANO

Según  el evangelio de Lucas, Jesús subraya explícitamente el gesto agradecido de un leproso samaritano al que ha devuelto la salud (cf. Lc 17,10). El texto pretende contraponer la actitud de un “extranjero” considerado como infiel con la de aquellos otros, posiblemente galileos o judíos, que parecen considerarse con derecho a las intervenciones sanadoras de Dios. La gratitud, en efecto, es consecuencia de la vivencia de la gratuidad de la salvación.
En contraste con el gesto del samaritano, la gratitud del fariseo que ora en el templo considerándose superior a todos los demás, no es una virtud auténtica, sino un signo de su falsa concepción de Dios y de su gracia (cf. Lc 18,11).
Jesús mismo es un ejemplo de la verdadera gratitud, al dar gracias a Dios por la escucha que siempre le presta (cf. Jn 11, 41).
  
3. GRACIAS A DIOS POR JESUCRISTO

Por lo que se refiere a la gratitud, es notable la frecuencia con la que Pablo da gracias a Dios (Hech 28,15; Rom 1,8; 1 Cor 1,4.14; 1 Tes 1,2) e invita a los fieles a hacer lo mismo (cf. Rom 14,6; 1 Cor 10,30; 14,18).
Son muchas las ocasiones en las que, tan sólo en las cartas reconocidas como auténticas, se nos conservan oraciones de gratitud que Pablo eleva a Dios, ya sea por la vida espiritual de los fieles ya sea por su propia condición:
- “¡Gracias sean dadas a Dios por Jesucristo nuestro Señor!” (Rom 7,25).
- “¡Gracias sean dadas a Dios, que nos da la victoria por nuestro Señor Jesucristo!” (1 Cor 15,57). 
- “¡Gracias sean dadas a Dios, que nos lleva siempre en su triunfo, en Cristo, y por nuestro medio difunde en todas partes el olor de su conocimiento!” (2 Cor 2,14).
- “¡Gracias sean dadas a Dios, que pone en el corazón de Tito el mismo interés por vosotros!” (2 Cor 8,16).
 - “¡Gracias sean dadas a Dios por su don inefable!” (2 Cor 9,15).
 - “Doy gracias a mi Dios cada vez que me acuerdo de vosotros, rogando siempre y en todas mis oraciones con alegría por todos vosotros a causa de la colaboración que habéis prestado al Evangelio, desde el primer día hasta hoy; firmemente convencido de que, quien inició en vosotros la buena obra, la irá consumando hasta el Día de Cristo  Jesús. (Flp 1, 3-6).

El espíritu de gratitud de Pablo hacia los demás en ninguna ocasión aparece manifestado de una forma tan explícita y afectuosa como en esta carta a los Filipenses, a los que el apóstol agradece encarecidamente la ayuda que le habían enviado a la prisión por medio de Epafrodito (cf. Flp 4, 10-20).
En contraste con la gratitud que distingue a las comunidades cristianas, Pablo considera la ingratitud como una característica de los paganos, que “habiendo conocido a Dios, no le glorificaron como a Dios ni le dieron gracias” (Rom 1,21)

4. UNA VIRTUD PARA HOY

Hoy es difícil la virtud de la gratitud porque no tenemos conciencia de la gratuidad de la vida, de la existencia, del amor. Nuestro mundo está marcado por el signo del mercado. El hombre de hoy se considera autosuficiente y autorrealizado. Cree que no debe nada a nadie.
Cuando se da, la gratitud es considerada como un medio para escalar puestos en la vida social. La gratitud se ha convertido en una frase o en un gesto rutinario de cortesía en las relaciones sociales.
Intentar educarnos en la gratitud supondría reconocer nuestra propia verdad. Sería otro nombre de la humildad y de la solidaridad. El ejercicio de la gratitud no sólo no disminuye la posibilidad de ser libres, sino que reafirma la capacidad personal de vivir en libertad.
La verdadera gratitud no tiene tan en cuenta el don recibido como la persona del donante. No es tan importante “dar” las gracias como ser agradecido. La gratitud verdadera se confunde, pues con la generosidad y la disponibilidad de la persona, es decir, con la decisión de “ser-para-los-otros”.
Desde una perspectiva cristiana, la gratitud expresa el reconocimiento de la gratuidad y generosidad de Dios que se nos entrega por medio de los que nos entregan su tiempo y sus dones.


José-Román Flecha Andrés
Publicados en la revista "EVANGELIO Y VIDA".