LA GRATITUD
Nos
acercamos a una de las virtudes más preciosas para la teología y la comprensión
cristiana de la vida. La gratitud humana responde, en primer lugar a la
absoluta gratuidad del Dios que se entrega al hombre sin que éste lo haya
merecido previamente. La gratitud es el
“sentimiento que nos obliga a estimar el beneficio o favor que se nos ha hecho
o ha querido hacer, y a corresponder a él de alguna manera”.
Algunos
antiguos refranes reflejan el aprecio que el pueblo ha tenido por esta virtud:
“Quien favorece a gente buena, labra en buena tierra”. “Quien buena obra
recibe, en ningún tiempo la olvide”. “Al árbol que te da sombra, para bien lo
nombra”. “De hombre agradecido, todo bien creído”. Hay otros refranes que parecen
marcar los puntos esenciales de una ética de la gratitud: “La gratitud
ennoblece, la ingratitud envilece”. “De bien nacidos es el ser agradecidos”.
“El buen agradecer, la mitad del pago viene a ser”.
1.
GRACIAS A DIOS PORQUE ES BUENO
El israelita
confiesa la absoluta gratuidad de la misericordia y los dones de Dios
concedidos a su pueblo. El recuerdo de la liberación de Egipto es garantía
histórica de la elección gratuita por parte de Dios. Dios ha elegido a Israel
no por ser el más numeroso de todos los pueblos sino por el amor que le ha
tenido. Por eso lo libró del poder de Faraón, rey de Egipto” (Dt 7,7-8).
Si es constante en
Israel la conciencia de la gratuidad de la elección de que ha sido objeto por
parte de Dios, igualmente constante había de ser el sentimiento de gratitud. El
piadoso israelita da gracias por la victoria de su rey, por la liberación
alcanzada frente a sus enemigos, por la recuperación de la salud. Sin embargo
la gratitud no se muestra solamente ante los beneficios recibidos. Más profunda
e igualmente frecuente es la gratitud que trasciende el hacer de Dios para
considerar su mismo ser. He aquí un sólo ejemplo, que nos remite a múltiples
referencias sálmicas:
¡Dad
gracias a Yahveh, porque es bueno,
porque es eterno su
amor!
¡Diga la
casa de Israel:
que es
eterno su amor!
¡Diga la
casa de Aarón:
que es
eterno su amor!
¡Digan los
que temen a Yahveh:
que es
eterno su amor! (Sal 118, 1-4).
2.
EL GESTO DEL SAMARITANO
Según el evangelio de Lucas, Jesús subraya
explícitamente el gesto agradecido de un leproso samaritano al que ha devuelto
la salud (cf. Lc 17,10). El texto pretende contraponer la actitud de un
“extranjero” considerado como infiel con la de aquellos otros, posiblemente
galileos o judíos, que parecen considerarse con derecho a las intervenciones
sanadoras de Dios. La gratitud, en efecto, es consecuencia de la vivencia de la
gratuidad de la salvación.
En
contraste con el gesto del samaritano, la gratitud del fariseo que ora en el
templo considerándose superior a todos los demás, no es una virtud auténtica,
sino un signo de su falsa concepción de Dios y de su gracia (cf. Lc 18,11).
Jesús
mismo es un ejemplo de la verdadera gratitud, al dar gracias a Dios por la
escucha que siempre le presta (cf. Jn 11, 41).
3. GRACIAS
A DIOS POR JESUCRISTO
Por
lo que se refiere a la gratitud, es notable la frecuencia con la que Pablo da
gracias a Dios (Hech 28,15; Rom 1,8; 1 Cor 1,4.14; 1 Tes 1,2) e invita a los
fieles a hacer lo mismo (cf. Rom 14,6; 1 Cor 10,30; 14,18).
Son
muchas las ocasiones en las que, tan sólo en las cartas reconocidas como
auténticas, se nos conservan oraciones de gratitud que Pablo eleva a Dios, ya
sea por la vida espiritual de los fieles ya sea por su propia condición:
-
“¡Gracias sean dadas a Dios por Jesucristo nuestro Señor!” (Rom 7,25).
-
“¡Gracias sean dadas a Dios, que nos da la victoria por nuestro Señor
Jesucristo!” (1 Cor 15,57).
-
“¡Gracias sean dadas a Dios, que nos lleva siempre en su triunfo, en Cristo, y
por nuestro medio difunde en todas partes el olor de su conocimiento!” (2 Cor
2,14).
-
“¡Gracias sean dadas a Dios, que pone en el corazón de Tito el mismo interés
por vosotros!” (2 Cor 8,16).
- “¡Gracias sean dadas a Dios por su don
inefable!” (2 Cor 9,15).
- “Doy gracias a mi Dios cada vez que me
acuerdo de vosotros, rogando siempre y en todas mis oraciones con alegría por
todos vosotros a causa de la colaboración que habéis prestado al Evangelio,
desde el primer día hasta hoy; firmemente convencido de que, quien inició en
vosotros la buena obra, la irá consumando hasta el Día de Cristo Jesús. (Flp 1, 3-6).
El
espíritu de gratitud de Pablo hacia los demás en ninguna ocasión aparece
manifestado de una forma tan explícita y afectuosa como en esta carta a los
Filipenses, a los que el apóstol agradece encarecidamente la ayuda que le
habían enviado a la prisión por medio de Epafrodito (cf. Flp 4, 10-20).
En
contraste con la gratitud que distingue a las comunidades cristianas, Pablo
considera la ingratitud como una característica de los paganos, que “habiendo
conocido a Dios, no le glorificaron como a Dios ni le dieron gracias” (Rom
1,21)
4.
UNA VIRTUD PARA HOY
Hoy
es difícil la virtud de la gratitud porque no tenemos conciencia de la
gratuidad de la vida, de la existencia, del amor. Nuestro mundo está marcado
por el signo del mercado. El hombre de hoy se considera autosuficiente y
autorrealizado. Cree que no debe nada a nadie.
Cuando
se da, la gratitud es considerada como un medio para escalar puestos en la vida
social. La gratitud se ha convertido en una frase o en un gesto rutinario de
cortesía en las relaciones sociales.
Intentar
educarnos en la gratitud supondría reconocer nuestra propia verdad. Sería otro
nombre de la humildad y de la solidaridad. El ejercicio de la gratitud no sólo
no disminuye la posibilidad de ser libres, sino que reafirma la capacidad
personal de vivir en libertad.
La
verdadera gratitud no tiene tan en cuenta el don recibido como la persona del
donante. No es tan importante “dar” las gracias como ser agradecido. La gratitud
verdadera se confunde, pues con la generosidad y la disponibilidad de la
persona, es decir, con la decisión de “ser-para-los-otros”.
Desde
una perspectiva cristiana, la gratitud expresa el reconocimiento de la
gratuidad y generosidad de Dios que se nos entrega por medio de los que nos
entregan su tiempo y sus dones.
José-Román Flecha Andrés
Publicados
en la revista "EVANGELIO Y VIDA".