domingo, 8 de junio de 2014

EL HOMBRE Y LA VIDA

                           UNA VIDA LLENA DE ALEGRÍA Y DE ESPERANZA

Debemos al papa Pablo VI la iniciativa de iniciar el año civil con una Jornada Mundial de la Paz. Los mensajes que los últimos papas nos han entregado para motivar la celebración de esa jornada forman ya una verdadera enciclopedia sobre la paz.
El Papa Francisco ha iniciado el suyo con unas palabras muy significativas que encabezan esta reflexión: “En este mi primer Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz, quisiera desear a todos, a las personas y a los pueblos, una vida llena de alegría y de esperanza”.
Como quien conoce la experiencia humana y adivinas nuestros pensamientos y sentimientos más profundos, reconoce el Papa que todos aspiramos a una vida plena, marcada por el anhelo indeleble de la fraternidad. Esa es la gran aspiración de las personas, de las familias y de los pueblos.
Sin embargo, es evidente que esos ideales de la paz y la fraternidad se encuentran en nuestros días con muchas dificultades y atentados. De hecho, el Mensaje papal recuerda que “en muchas partes del mundo, continuamente se lesionan gravemente los derechos humanos fundamentales, sobre todo el derecho a la vida y a la libertad religiosa”.

LOS ATENTADOS Y EL DESCARTE

Como un primer ejemplo inquietante de estos atentados contra la vida se recuerda “el trágico fenómeno de la trata de seres humanos, con cuya vida y desesperación especulan personas sin escrúpulos”.
 En una Jornada de la paz. Es obligado recordar las numerosas guerras marcadas por los enfrentamientos armados. A ellas hay que sumar otras guerras que “se combaten en el campo económico y financiero con medios igualmente destructivos de vidas, de familias y de empresas”.
Pero no son éstos los únicos escenarios en los que se desprecia y maltrata la vida humana. El Mensaje no pretende silenciar esos dramas. Más adelante, menciona el Papa “el drama lacerante de la droga, con la que algunos se lucran despreciando las leyes morales y civiles”.
Alude también expresamente a la prostitución, al abuso de menores, a la esclavitud todavía vigente en muchas partes del mundo, a la tragedia de los emigrantes, con los que se especula indignamente en la ilegalidad, y a las condiciones inhumanas de muchas cárceles.
Entre las causas de estos y otros abusos, el Mensaje papal menciona el individualismo, el egocentrismo y el consumismo materialista. Tres ramas de una misma ideología que fomenta la mentalidad del “descarte” que lleva al abandono de los más débiles y al desprecio de todos aquellos que son considerados como “inútiles” para nuestra sociedad.
Apelando a una idea ya expuesta por él en otras ocasiones, el Papa Francisco insiste en afirmar que no hay “vidas descartables”. Todas las personas “gozan de igual e intangible dignidad”. Todos los seres humanos son amados por Dios y todos  han sido rescatados por la sangre de Cristo. Y añade: “Esta es la razón por la que no podemos quedarnos indiferentes ante la suerte de los hermanos”.

LA CONVERSION DEL CORAZÓN

Hoy se habla continuamente de la “calidad de vida”. Evocando unas palabras de Juan Pablo II, el Mensaje papal hace suya esta expresión, al afirmar que la paz genera una mejor calidad de vida y un desarrollo más humano y sostenible, pero solo a condición de que todos nos empeñemos en aceptar y promover el bien común.
Más adelante nos recuerda que el ideal de la fraternidad y el esfuerzo por promover la superación de la pobreza nos exige a todos ese desprendimiento que comporta elegir un estilo de vida sobrio y esencial,  con el fin de poder compartir las propias riquezas con los demás.
Para que nadie se llame a engaño, el Papa Francisco advierte que ese estilo de vida es propio solo de las personas consagradas, que hacen profesión del voto de pobreza, sino que afecta también a todos los que creen que “la relación fraterna con el prójimo es el bien más preciado”.
Así pues, “se necesita una conversión de los corazones que permita a cada uno reconocer en el otro un hermano del que preocuparse, con el que colaborar para construir una vida plena para todos”.
Como era de esperar, el Papa recoge en su Mensaje los textos bíblicos más importantes que nos llevan a descubrir en el otro a un hermano. Pero su discurso no se dirige sola y exclusivamente a los que leemos las Escrituras y las aceptamos como lámpara que ha de guiar nuestros pasos. A todos nos interpela el ideal de la paz, basada en la aspiración de la fraternidad universal y en su humilde y constante ejercicio. 


José-Román Flecha Andrés
Publicado en la revista “El Santo”