Hch
9,1-20
Jn
6,52-59
Los
judíos se pusieron a discutir unos con otros: “¿Cómo puede éste darnos a comer
su propio cuerpo?”. Jesús les dijo: “Os aseguro que si no coméis el cuerpo del
Hijo del hombre y no bebéis su sangre, no tendréis vida. El que come mi cuerpo
y bebe mi sangre tiene vida eterna; y yo le resucitaré el día último. Porque mi
cuerpo es verdadera comida, y mi sangre verdadera bebida. El que come mi cuerpo
y bebe mi sangre vive unido a mí, y yo vivo unido a él. El Padre, que me ha
enviado, tiene vida, y yo vivo por él. De la misma manera, el que me coma
vivirá por mí. Hablo del pan que ha bajado del cielo. Este pan no es como el
maná que comieron vuestros antepasados, que murieron a pesar de haberlo comido.
El que coma de este pan, vivirá para siempre”. Jesús enseñó estas cosas en la
reunión de la sinagoga en Cafarnaún.
Preparación: El relato de la conversión de
Saulo nos habla de un judío que escucha al Señor y decide seguirle. El
Evangelio nos habla de otros judíos que le escuchan y se escandalizan. Así que
tendremos que preguntarnos cómo escuchamos nosotros al Señor.
Lectura:
El texto del evangelio
de Juan que hoy se proclama amplía el discurso de Jesús que sigue a la
multiplicación de los panes y los peces. El Maestro se ha comparado previamente
con el maná que alimentó a los hebreos en el desierto. Y se ha presentado a sí
mismo como el pan bajado del cielo para dar la vida a los hombres. Ha subrayado
la importancia de creer en él. Y, en un paso sucesivo, identifica su pan con su
propia carne y sangre: “Mi carne es verdadera comida y mi sangre es verdadera
bebida”. Pero estas declaraciones son demasiado escandalosas para los judíos
que le escuchan.
Meditación:
Para escándalo de los
judíos que le oyen, Jesús explica su pensamiento con dos frases
complementarias. • “Si no coméis la
carne del Hijo del hombre y no bebéis su sangre, no tenéis vida en vosotros”.
La expresión negativa nos advierte
del riesgo de vivir junto a la fuente y morir de sed. En la totalidad reflejada
por el cuerpo y la sangre, Jesús se nos entrega como el alimento
imprescindible, que no puede ser despreciado. • “El que come mi carne y bebe mi
sangre, tiene vida eterna, y yo le resucitaré en el último día”. La expresión afirmativa nos propone el gran don de
una vida que supera los límites del tiempo y de la muerte. Jesús es la
resurrección y la vida para todo el que se alimenta de su mensaje.
Oración: Señor Jesús, tú conoces nuestra necesidad
de vivir de verdad, de convivir en intimidad y de pervivir para siempre. Al entregarte en
cuerpo y sangre, Tú nos ofreces esa posibilidad. Bendito seas por siempre,
Señor. Amén.
Contemplación: Seguimos contemplando a Jesús en la
sinagoga de Cafarnaún. Y escuchamos sus palabras: “El que come mi carne y bebe
mi sangre habita en mí y yo en él”. La oferta de la vida se completa ahora con
la oferta de la intimidad. • “El que come
mi carne y bebe mi sangre habita en mí y yo en él”. Nos pasamos la vida
buscando un espacio donde habitar y un corazón en el que descansar. Eso y más
es Jesús para el que se alimenta de su vida. • “El que come mi carne y bebe mi
sangre habita en mí y yo en él”. Jesús no tenía dónde reclinar su cabeza. En el
Apocalipsis se dice que él está a la puerta y llama para compartir nuestra mesa
(Ap 3,20). Quien se alimenta de su cuerpo y de su sangre le ofrece, casa y
descanso. Y comparte su intimidad.
Acción: Colaborar con nuestros hermanos a
preparar con sinceridad y con fe la celebración de la eucaristía.
José-Román
Flecha Andrés