EL CLAMOR DE LOS POBRES
La Revolución Francesa aireó los tres
lemas de la libertad, la igualdad y la fraternidad. Andando los tiempos, la
apalabra “solidaridad” parece haber venido a sustituir el lema de la
fraternidad. Y no es extraño. Es imposible afirmar la fraternidad universal
cuando no se admite la paternidad de Dios.
Ahora bien, en contra de lo que se suele pensar, la
solidaridad no puede limitarse solamente a asegurar a todos los habitantes de
la tierra la comida o el agua. Hay otros bienes que hat que promover, para que
tengan prosperidad sin exceptuar bien alguno, como ya escribía Juan XXIII.
Entre esos bienes están la educación, el
acceso al cuidado de la salud y a un trabajo libre, creativo, participativo y
solidario, dotado de un salario justo. Así lo ha escrito el Papa Francisco en
su exhortación La alegría del Evangelio,
publicada en la fiesta de Cristo Rey del año 2013, justo en la conclusión del
Año de la Fe (EG 192).
UN SITIO EN EL CORAZÓN DE DIOS
En este contexto, evoca el Papa Francisco
algunos de los textos bíblicos que nos exhortan a escuchar el clamor de los
pobres, como Dn 4,24 y 1Pe 4,8; Ga 2, 10 (EG 193-195). Además, despliega ante nuestros ojos la
vergonzosa alienación que produce en nuestra sociedad el ansia desmesurada y
compulsiva de consumo (EG 196).
Y nos recuerda, sobre todo, que “el
corazón de Dios tiene un sitio preferencial para los pobres, tanto que hasta Él
mismo se hizo pobre”. De hecho, el día que lo presentaron en el Templo, pagaron
por él la ofrenda de los pobres (cf. Lc
2,24). Y, al comienzo de su ministerio público, él mismo dijo en la sinagoga de
Nazaret que venía a anunciar el
Evangelio a los pobres (Lc 4,18).(EG
197).
Por ello puede repetir el Papa una frase
que en pocos meses ha hecho famosa: “Quiero una iglesia pobre para los pobres”
(EG 198). Ese deseo, ya había sido expresado el año 1962, en la primera sesión
del Concilio Vaticano II. Sin embargo, resuena ahora como una exhortación
profética, dirigida a todos los creyentes y también a los no creyentes.
ATENCIÓN AL OTRO
Es cierto que todos nos movemos mucho,
también por lo que se refiere a la promoción de la justicia en el mundo. Pero
no es eso lo que el Señor espera de nosotros. El Papa nos dice que “nuestro
compromiso no consiste exclusivamente en acciones o en programas de promoción y
asistencia; lo que el Espíritu moviliza no es un desborde activista, sino ante
todo una atención puesta en el otro, considerándolo como uno consigo” (EG 199).
Eso es lo que se espera de nuestras
comunidades. Junto al pan hay que entregar a los pobres el evangelio del
Señor. Quiere el Papa recordarnos que
“la peor discriminación que sufren los pobres es la falta de atención
espiritual” (EG 200).
Esa llamada a atención integral a los
pobres nos implica a todos, de una forma o de otra. Tras referirse a las
comunidades cristianas, el Papa se refiere a otros ambientes, académicos,
empresariales, profesionales y hasta eclesiales, en los que con frecuencia se
oye como excusa la necesidad de prestar atención a otros asuntos (EG 201).
A la luz de esta exigencia de atender a
los pobres, es preciso revisar los planes asistenciales, las fuerzas del
mercado, las tendencias del mundo de las finanzas, los proyectos políticos y los juicios y
prioridades de los economistas (EG 202-206).
Resulta impresionante el párrafo en el
que el Papa nos dice que si una comunidad pretende subsistir sin ocuparse de
que los pobres vivan con dignidad, “terminará sumida en la mundanidad
espiritual, disimulada con prácticas religiosas, con reuniones infecundas o con
discursos vacíos” (EG 207).
Con razón se imagina el Papa que sus
palabras queden en el vacío “sin una verdadera incidencia práctica” (EG 201),
como si nacieran de algún interés personal o de una ideología política (EG
208).
Dejemos que el Espíritu mueva los
corazones de todos para que recibamos su soplo de amor y de verdad.
José-Román Flecha Andrés