Hch 3,1-10
Lc 24,13-35
Dos de los
discípulos se dirigían aquel mismo día a un pueblo llamado Emaús, a unos once
kilómetros de Jerusalén. Iban hablando de todo lo que había pasado. Mientras
conversaban y discutían, Jesús mismo se les acercó y se puso a caminar a su
lado. Pero, aunque le veían, algo les impedía reconocerle. Jesús les preguntó:
“¿De qué venís hablando por el camino?”. Se detuvieron tristes, y uno de ellos
llamado Cleofás contestó: “Seguramente tú eres el único que, habiendo estado en
Jerusalén, no sabe lo que allí ha sucedido estos días”. Les preguntó: “¿Qué ha
sucedido?”. Le dijeron: “Lo de Jesús de Nazaret, que era un profeta poderoso en
hechos y palabras delante de Dios y de todo el pueblo. Los jefes de los
sacerdotes y nuestras autoridades lo entregaron para que lo condenaran a muerte
y lo crucificaran. Nosotros teníamos la esperanza de que él fuese el libertador
de la nación de Israel, pero ya han pasado tres días desde entonces. Sin
embargo, algunas de las mujeres que están con nosotros nos han asustado, pues
fueron de madrugada al sepulcro y no encontraron el cuerpo; y volvieron a casa
contando que unos ángeles se les habían aparecido y les habían dicho que Jesús
está vivo. Algunos de nuestros compañeros fueron después al sepulcro y lo
encontraron todo como las mujeres habían dicho, pero no vieron a Jesús”. Jesús
les dijo entonces: “¡Qué faltos de comprensión sois y cuánto os cuesta creer
todo lo que dijeron los profetas! ¿Acaso no tenía que sufrir el Mesías estas
cosas antes de ser glorificado?”. Luego se puso a explicarles todos los pasajes
de las Escrituras que hablaban de él, comenzando por los libros de Moisés y
siguiendo por todos los libros de los profetas. Al llegar al pueblo adonde se
dirigían, Jesús hizo como si fuera a seguir adelante; pero ellos le obligaron a
quedarse, diciendo: “Quédate con nosotros, porque ya es tarde y se está
haciendo de noche”. Entró, pues, Jesús, y se quedó con ellos. Cuando estaban
sentados a la mesa, tomó en sus manos el pan, y habiendo dado gracias a Dios,
lo partió y se lo dio. En ese momento se les abrieron los ojos y reconocieron a
Jesús; pero él desapareció. Se dijeron el uno al otro: “¿No es cierto que el
corazón nos ardía en el pecho mientras nos venía hablando por el camino y nos
explicaba las Escrituras?”. Sin esperar a más, se pusieron en camino y
regresaron a Jerusalén, donde encontraron reunidos a los once apóstoles y a los
que estaban con ellos. Éstos les dijeron: “Verdaderamente ha resucitado el
Señor y se ha aparecido a Simón”. Entonces ellos contaron lo que les había
pasado en el camino, y cómo reconocieron a Jesús al partir el pan.
Preparación: “Que se alegren los que buscan al
Señor”. Estas palabras del Salmo 104 nos
introducen hoy en la experiencia del encuentro con Jesús resucitado. Él va más
allá de nuestras expectativas. No sólo se deja encontrar por los que le buscan,
sino que él sale a buscar a los que deciden olvidarlo y les devuelve la alegría
y la esperanza.
Lectura: “No tengo plata ni oro, te doy lo
que tengo: en nombre de Jesucristo Nazareno, echa andar”. Así le dice Pedro al
paralítico de nacimiento que pide limosna a la puerta Hermosa del Templo. En
realidad, Pedro hace suya la generosidad de Jesús. Él no sale al camino para
entregar oro o plata a los discípulos que han perdido la esperanza y se retiran
a Emaús. El mejor regalo de Jesús es recordarles las Escrituras. Y revelarles
su presencia al partir el pan.
Meditación: Gilbert Cesbron escribió que la
calzada de Emaús pasa por delante de todas nuestras casas. Con frecuencia
refleja nuestro desencanto. La recorremos huyendo de nuestros mejores ideales.
Tenemos que preguntarnos por qué desconfiamos de Jesús y de su misión. Pero él
se hace caminante con nosotros y nos permite que lo reconozcamos al partir el
pan. Gracias a él podemos recorrer de nuevo la calzada de Emaús con el corazón
lleno de fe para transmitir a nuestros hermanos la “buena noticia” de que Jesús
vive y vive para siempre.
Oración: Señor Jesús, tú sabes que con
demasiada frecuencia identificamos la esperanza con nuestros intereses y
nuestros sueños de poder o de prestigio. Perdona tú nuestra ceguera y ayúdanos
a descubrir la honda verdad de tu vida y de tu misión.
Contemplación: Seguramente recordamos la pintura
de Caravaggio o la de Velázquez, en las
que se refleja la cena de Emaús. Jesús
ha hecho una jornada de camino con los discípulos desencantados que han
decidido olvidar el tiempo pasado junto a él. Pero el mismo Jesús resucitado se
les hace encontradizo, escucha su decepción, les recuerda las Escrituras,
acepta compartir con ellos la mesa y se les revela al partir el pan.
Contemplamos la majestad de Jesús y el asombro de los discípulos. Como ellos, también nosotros repetimos:
“Quédate con nosotros, la tarde está cayendo. ¿Cómo te encontraremos al
declinar el día, si tu camino no es nuestro camino? Detente con nosotros; la
mesa está servida, caliente el pan y envejecido el vino”.
Acción: Volvemos a leer este hermoso
capítulo del Evangelio según san Lucas. Y nos preguntamos en qué momento nos
encontramos nosotros. ¿Dónde nos reconocemos? ¿Cuáles eran nuestras
expectativas? ¿Y qué esperanzas pueden
resucitar al encuentro con Jesús?
José Román Flecha Andrés
José Román Flecha Andrés