LA MUERTE EN EL ESPACIO DE LA FIESTA
La
Fiesta de los Santos se ha transformado ahora en “Alloween”. Muchos ignoran que
ese nombre se aplicaba en Irlanda a la “Vigilia de los Santos”. El morbo que
suscita la muerte suele ser “combatido” en casi todas las culturas por medio de
danzas o ritos festivos que tratan de des-divinizar ese trance fatal.
Nos
cuesta enfrentarnos con las preguntas que suscita la muerte. Por eso, la introducción
de una fiesta ruidosa y carnavalesca había de tener un éxito bien previsible.
Y, por eso, habría de ser explotada por todos los que tratan de hacer negocio
con la sed de diversión que caracteriza a nuestra sociedad.
LAS
DANZAS DE LA MUERTE
La macrofiesta
organizada en el Madrid Arena con motivo de la celebración de Halloween parecía
querer evocar y amplificar el bullicio de las “Danzas de la muerte”, que tanto
éxito tuvieron en la Europa medieval con motivo del fulminante avance de la
Peste Negra.
Aquella
tremenda epidemia aparecía reflejada en la célebre película de Ingmar Bergman,
que llevaba el título apocalíptico de “El Séptimo Sello”. En ella, la muerte
aparecía con frecuencia y por sorpresa para desafiar al caballero que volvía de
las cruzadas.
Por
desgracia, también en esta ocasión, la muerte se hizo presente en el lugar del
festival. No es un huésped demasiado agradable. Por eso la muerte acude casi
siempre sin ser llamada. Pero cuando cambiamos el orden de los valores morales,
parece que la estamos llamando a gritos.
CUESTIÓN
DE JUSTICIA
Muchos
escritos se han dedicado a cuestionar la legitimidad de la macrofiesta de
“Halloween”. Muchos comentaristas han tratado de evaluar la adecuación de los
permisos concedidos por la Administración, la capacidad del local, los abusos
en la venta de entradas, la inadecuación o ignorancia de las medidas de
seguridad, y tantos otros puntos dudosos.
Es
justo que la opinión pública se pregunte por todas estas condiciones. Y es
justo que se haga justicia sobre las muertes causadas por la imprudencia, por
la imprevisión o por la avaricia.
A fin de cuentas, los muertos nos recuerdan a
todos las responsabilidades olvidadas.
Se
suele decir que en el mundo de hoy, el pecado puede ser entendido y definido
como “la irresponsabilidad colectiva”. El mal existe, pero nadie parece
sentirse responsable de su aparición. Y menos aún de los desastres que
desencadena en un determinado momento.
LAS
GRANDES PREGUNTAS
En
esos casos es un fenómeno tan recurrente como blasfemo el echar las culpas a
Dios, el preguntarse dónde estaba Dios cuando morían los inocentes. Nosotros
llamamos a la muerte y pretendemos que el Dios de la vida venga a anular la
fuerza asesina de nuestra avaricia o de nuestra imprevisión.
Por
otra parte, parece que nos cuesta percibir la diferencia entre la satisfacción
y la felicidad, entre la diversión y la alegría. Muy pocas voces se han
levantado para denunciar estas formas de esparcimiento que hemos planificado
para los jóvenes de hoy.
Algunos
recordamos otro grave desastre ocurrido hace años en una discoteca de Madrid.
Los jóvenes de entonces quedaron profundamente impresionados. Pero seguramente
los jóvenes de hoy no tienen memoria de aquellas muertes. Y los mayores no se
han preocupado de recordarlas.
¿Cómo
es posible que nadie se pregunte por la ética del ocio? ¿Por qué no
cuestionamos la misma organización del tiempo y del espacio en los que se
enmarca hoy el ocio y la necesidad del
ocio? ¿No habrá que interrogarse sobre el sentido de la vida y la facilidad con
la que se entrega en brazos de la muerte?
José-Román Flecha Andrés