domingo, 13 de abril de 2014

EL HOMBRE Y LA VIDA

LA MUERTE EN EL ESPACIO DE LA FIESTA
La Fiesta de los Santos se ha transformado ahora en “Alloween”. Muchos ignoran que ese nombre se aplicaba en Irlanda a la “Vigilia de los Santos”. El morbo que suscita la muerte suele ser “combatido” en casi todas las culturas por medio de danzas o ritos festivos que tratan de des-divinizar ese trance fatal.
Nos cuesta enfrentarnos con las preguntas que suscita la muerte. Por eso, la introducción de una fiesta ruidosa y carnavalesca había de tener un éxito bien previsible. Y, por eso, habría de ser explotada por todos los que tratan de hacer negocio con la sed de diversión que caracteriza a nuestra sociedad.

LAS DANZAS DE LA MUERTE 

La macrofiesta organizada en el Madrid Arena con motivo de la celebración de Halloween parecía querer evocar y amplificar el bullicio de las “Danzas de la muerte”, que tanto éxito tuvieron en la Europa medieval con motivo del fulminante avance de la Peste Negra.
Aquella tremenda epidemia aparecía reflejada en la célebre película de Ingmar Bergman, que llevaba el título apocalíptico de “El Séptimo Sello”. En ella, la muerte aparecía con frecuencia y por sorpresa para desafiar al caballero que volvía de las cruzadas.
Por desgracia, también en esta ocasión, la muerte se hizo presente en el lugar del festival. No es un huésped demasiado agradable. Por eso la muerte acude casi siempre sin ser llamada. Pero cuando cambiamos el orden de los valores morales, parece que la estamos llamando a gritos.

CUESTIÓN DE JUSTICIA

Muchos escritos se han dedicado a cuestionar la legitimidad de la macrofiesta de “Halloween”. Muchos comentaristas han tratado de evaluar la adecuación de los permisos concedidos por la Administración, la capacidad del local, los abusos en la venta de entradas, la inadecuación o ignorancia de las medidas de seguridad, y tantos otros puntos dudosos.
Es justo que la opinión pública se pregunte por todas estas condiciones. Y es justo que se haga justicia sobre las muertes causadas por la imprudencia, por la imprevisión o por la avaricia.
A fin de cuentas, los muertos nos recuerdan a todos las responsabilidades olvidadas.
Se suele decir que en el mundo de hoy, el pecado puede ser entendido y definido como “la irresponsabilidad colectiva”. El mal existe, pero nadie parece sentirse responsable de su aparición. Y menos aún de los desastres que desencadena en un determinado momento.

LAS GRANDES PREGUNTAS

En esos casos es un fenómeno tan recurrente como blasfemo el echar las culpas a Dios, el preguntarse dónde estaba Dios cuando morían los inocentes. Nosotros llamamos a la muerte y pretendemos que el Dios de la vida venga a anular la fuerza asesina de nuestra avaricia o de nuestra imprevisión. 
Por otra parte, parece que nos cuesta percibir la diferencia entre la satisfacción y la felicidad, entre la diversión y la alegría. Muy pocas voces se han levantado para denunciar estas formas de esparcimiento que hemos planificado para los jóvenes de hoy.
Algunos recordamos otro grave desastre ocurrido hace años en una discoteca de Madrid. Los jóvenes de entonces quedaron profundamente impresionados. Pero seguramente los jóvenes de hoy no tienen memoria de aquellas muertes. Y los mayores no se han preocupado de recordarlas.
¿Cómo es posible que nadie se pregunte por la ética del ocio? ¿Por qué no cuestionamos la misma organización del tiempo y del espacio en los que se enmarca hoy el  ocio y la necesidad del ocio? ¿No habrá que interrogarse sobre el sentido de la vida y la facilidad con la que se entrega en brazos de la muerte?
                                                                                      José-Román Flecha Andrés