UN PROFETA MOLESTO
“Hay
que condenar a muerte a ese hombre. Con sus discursos está desmoralizando a los
soldados que quedan en la ciudad y al resto de la gente. Ese hombre no busca el
bien del pueblo, sino su desgracia” (Jer 18,4-10).
Esa fue la
acusación contra el profeta Jeremías que los príncipes presentaron ante el rey
Sedecías
Decían que
perturbaba la paz y el orden social. Pero
gracias a la intervención de un extranjero, Jeremías
fue liberado de morir de hambre en el aljibe al que lo habían
arrojado. Esa situación se repite también hoy. La palabra
de Dios molesta a los que se alejan de él. Se manipula la opinión pública y se
decide eliminar a los profetas.
Nosotros
hacemos nuestra la oración del condenado: “Yo soy pobre y
desgraciado, pero el Señor se cuida de mí; tú eres mi auxilio y mi liberación:
Dios mío, no tardes” (Sal 39,18).
La segunda lectura nos recuerda que “en lugar del gozo inmediato, Jesús soportó la cruz, despreciando la ignominia, y ahora está sentado a la derecha del trono de Dios” (Heb 12,1‑4). También Jesús ha sido liberado por Dios, como lo fuera Jeremías.
PURIFICACIÓN Y DIVISIÓN
Según el
evangelio, Jesús ha venido a
traer fuego a la tierra (Lc 12,49-53). Los antiguos sabían bien que el fuego purifica de escorias al oro y la
plata.
La figura y el mensaje de Jesús purifican
nuestra conciencia y someten a crisis los pretendidos valores de nuestra
sociedad.
El
texto refleja la realidad que se iba a seguir del
anuncio del evangelio. En nuestros
días, podemos observar que quienes tratan de vivir de acuerdo con el mensaje
del Señor
resultan molestos a los tiranos y a los malvados.
Esa situación se ha de repetido muchas veces a lo largo de la historia. También hoy las familias se encuentran divididas por la decisión de los miembros que se han pasado a otro grupo religioso. O por los familiares que se burlan de los que tratan de mantener la fe. O por los jóvenes que buscan su afirmación personal renegando de la fe de sus padres.
PERSECUCIÓN Y FIDELIDAD
Es
preciso recordar la frase con la que comienza este texto evangélico: “He venido
a prender fuego a la tierra. ¡Y cuánto deseo que ya esté ardiendo! Con un
bautismo tengo que ser bautizado, ¡y qué angustia sufro hasta que se cumpla!”
(Lc 12,49-50). Esas dos referencias al fuego y al bautismo revelan la fuerza
del mensaje de Jesús.
•
“He venido a traer fuego a la tierra”.
El fuego puede ser entendido como el símbolo del amor, pero también como
el símbolo del juicio. El fuego purifica los metales. Y a él se arroja la
basura. Según san Cirilo de Alejandría, por la palabra evangélica
Jesús purifica la inteligencia de los que creen en él.
•
“Con un bautismo tengo que ser bautizado”. En la pregunta que Jesús dirigió a
Santiago y Juan, el bautismo significaba el martirio (Mc 10,38). Como se ve,
Jesús era muy consciente de las intenciones de los que querían condenarlo a
muerte. Sabía que era visto como un profeta molesto. Pero aceptó voluntaria y
generosamente la suerte que le esperaba.
-
Señor Jesús, según tus discípulos, las gentes te comparaban con el profeta Jeremías.
Al igual que él, también tú fuiste acusado de ser enemigo del pueblo. También
hoy muchos te dirigen esa misma acusación. Tú eres el príncipe de la paz. Pero
nuestras opciones generan las divisiones que tú ya preveías. Danos fuerzas para
seguirte fielmente por el camino.
José-Román Flecha Andrés