EL SOBERBIO Y EL HUMILDE
“El que se enaltece será humillado, y el que se humilla
será enaltecido”
(Lc 14,11)
Señor Jesús, tú nos recordaste con frecuencia la suerte diversa que aguarda
al que se enorgullece y al que vive su vida con humildad. Seguramente con ello
recordabas un proverbio muy conocido en tu tiempo.
La experiencia de cada día nos
revela la profunda verdad de aquella observación. Muchas veces hemos podido
constatar la estrepitosa caída de los que se habían ensalzado desmesuradamente.
Es verdad que no es tan frecuente llegar a observar el éxito social de los
humildes y de los humillados. De todas formas, esa doble observación que nos
presenta la experiencia humana revela muy a las claras la falsedad de nuestra
presunción.
Pero más importante que nuestra
experiencia diaria es la enseñanza que nos ofrece la fe. Ella nos dice que, a
pesar de tu condición divina, tú te humillaste aceptando nuestra condición
humana hasta parecerte a un esclavo. Precisamente por eso, fuiste ensalzado
hasta la gloria y recibiste un nombre sobre todo nombre.
A la luz de tu elección y de tu
ejemplo, la humildad no debe ser comprendida solamente como una actitud humana.
No es una fácil estrategia para asegurarnos el prestigio social. Si así fuera,
no haría más que ocultar o disfrazar nuestra profunda verdad.
Creemos que la verdadera humildad es
el camino por el cual estamos llamados a seguirte y en el cual nos asemejamos a
ti mismo. La ambición por conseguir puestos importantes no responde a tu
llamada. La gloria humana no es comparable con la gloria con la que tú
reconoces y premias a los humildes.
Señor Jesús, tú rechazaste con frecuencia la decisión de las gentes que querían proclamarte como rey. Tu humildad era el reflejo de tu majestad y el signo de tu voluntad de servir a los demás. Ayúdanos a seguir tu ejemplo, para que podamos reconocer nuestra profunda verdad y tratar de vivir en el amor. Amén.
José-Román Flecha Andrés