LA VIRTUD EN SAN AGUSTÍN
A partir de la obra de Alasdair Mc Intyre ha vuelto a ponerse de actualidad el tema de
las virtudes. En realidad es tan importante para la vida diaria como lo es para
la teología y la catequesis.
El profesor Pedro Laín
Entralgo escribió que las tres virtudes teologales, son sobrenaturales,
precisamente por ser totalmente naturales. La gracia eleva lo que ya teníamos.
En efecto, para poder vivir y sobrevivir, la persona necesita creer y ser
creída. Necesita esperar en algo y que alguien espere algo de ella. Y, por
supuesto, necesita amar y ser amada.
Pero esas ideas, tan
aparentemente novedosas, se encuentran
ya en los escritos de san Agustín. Como se sabe, a él se debe la definición de
la virtud como el “orden del amor”. Así
lo expresa en su obra “La ciudad de Dios”: “El amor, que hace que se ame bien
lo que debe amarse, debe ser amado también con orden, y así existirá en
nosotros la virtud, que trae consigo el vivir bien. Por eso me parece que la
definición más breve y acertada de virtud es esta: la virtud es el orden del
amor”.
Las virtudes hacen grande al ser humano, según
afirma en su obra “Sobre el libre albedrío”. Todas las virtudes están por
encima de los vicios. Cuanto mejores y más sublimes son, se muestran más firmes
e invencibles. Buena lección para una sociedad que ensalza la libertad y al
mismo tiempo la niega con frecuencia.
Según san Agustín, la
virtud se identifica con la recta razón, que lleva al ser humano a apetecer y
realizar su propia humanidad. Ahora bien, tal objetivo es inalcanzable sin la
fe, la esperanza y la caridad.
Apelando a la imagen del
sentido de la vista, san Agustín escribe en sus “Soliloquios” que para alcanzar la salvación, el alma
necesita en primer lugar tener ojos sanos. Necesita además la decisión de mirar
confiadamente. Y, finalmente, necesita también desear la luz para ver.
Volviendo a la necesidad
humana, expuesta por el profesor Laín Entralgo, recordamos que san Agustín se
pregunta si las tres virtudes teologales son necesarias para la correcta
realización de la vida humana y para
conseguir una vida feliz.
En el mismo libro de los
“Soliloquios” afirma él la necesidad de las tres virtudes teologales para que la
vida terrenal del ser humano pueda realizarse de verdad: “Tres cosas necesita el
alma: que esté sana, que mire, que vea. Las otras tres, fe, esperanza y
caridad, son indispensables para que logre las dos primeras condiciones. Para
conocer a Dios en esta vida, igualmente las tres son necesarias; y en la otra
vida solo subsiste la caridad”.
Evidentemente, nosotros caminamos a hombros de gigantes que nos han precedido en el tiempo.
José-Román Flecha Andrés