LA SEÑAL DEL AMOR
Listra era una colonia romana en la región de
Licaonia. En ella Pablo y Bernabé encontraron a Timoteo, que sería en adelante
un fiel discípulo y compañero en la misión.
Además, curaron a un hombre tullido. Asombradas por el milagro, las
gentes quisieron adorar a los apóstoles. Cuando ellos gritaron que eran hombres
como los demás, el pueblo los apaleó.
Aleccionados por aquella experiencia, nos
legaron una frase que es un aviso inolvidable para todos los evangelizadores: “Hay
que pasar por muchas tribulaciones para entrar en el reino de Dios” (Hch
14,22). El discípulo tendrá que seguir la suerte de su Maestro. De hecho, la
persecución ha acompañado y acompañará siempre a la misión.
La visión que nos ofrece hoy el Apocalipsis nos invita a mantener la esperanza (Ap 21,1-5). Dios no nos promete riquezas y satisfacciones a corto plazo, sino un mundo nuevo: una nueva creación marcada por la presencia de Dios entre nosotros. La nueva Jerusalén no se distingue por una forma nueva, sino por las nuevas relaciones del hombre con Dios.
PALABRAS INESPERADAS
El evangelio que se proclama en este
quinto domingo de Pascua (Jn 13,31-35) se sitúa en el escenario de la última
cena de Jesús con sus discípulos. Una vez que Judas salió del Cenáculo para
entregar a su Maestro en manos de los sacerdotes del templo de Jerusalén, Jesús
dirigió a los Once una revelación y una profecía.
•
“Ahora es glorificado el hijo del hombre, y Dios es glorificado en él”. Para
Jesús, aquella salida del discípulo traidor marcaba la llegada de su propia glorificación. Jesús
había previsto este momento. Es más, lo había anunciado a sus seguidores. Pero
ellos no podían imaginar que la glorificación de su Maestro iba a coincidir con
la crucifixión.
• “Hijitos, me queda poco de estar con vosotros”. Nos sorprende la ternura con que Jesús se dirige a sus discípulos. Solamente en esta ocasión aparece la palabra “hijitos” en los evangelios. Nos sorprende también la claridad con la que Jesús ha previsto su suerte y su muerte. El tiempo de su misión terrestre toca a su fin. Y él lo sabe.
LA CLAVE DEFINITIVA
Pero
hubo algo más. Jesús había aceptado la regla de oro de todas las culturas: “Amarás
a tu prójimo como a ti mismo (Mc 12,31). En realidad, ya la recogía la
tradición de su pueblo (Lev 19,18). Pero en su despedida Jesús se presentaba
como el referente de aquel mandato. El Maestro dejaba a los suyos la clave por
la que habían de distinguirse.
• “Os doy un mandato nuevo: que os améis
unos a otros como yo os he amado”. Lo habitual era que el mismo sujeto se
tomara a sí mismo como el árbitro del amor. Desde ahora, el motivo del amor solo puede ser el amor que ha
orientado la vida de Jesús.
• “La señal por la que conocerán que
sois discípulos míos será que os amáis unos a otros”. Los grupos humanos tratan
de distinguirse por sus hábitos o sus himnos, sus banderas o sus comidas. Los discípulos
de Jesús habrán de distinguirse por el amor mutuo.
- Señor Jesús, si tú has llamado hijos a tus discípulos, eso significa que ellos son hermanos. Todos somos hermanos, como nos ha recordado el papa Francisco. Por tanto, solo el amor fraternal puede ser la señal para reconocernos y para hacernos reconocer por los demás. Que tu Espíritu nos ayude a comprender el significado de esa entrega personal. Que él nos enseñe a amar a los demás como tú nos has amado. Amén.
José-Román Flecha Andrés