EL MANDAMIENTO
“Os
doy un mandamiento nuevo:
Que
os améis unos a otros como yo os he amado”
(Jn 13,34)
Señor Jesús,
con frecuencia lamento la indiferencia que parece reinar en el mundo. A veces pienso
que en el pasado las relaciones humanas solo han sido motivadas por el egoísmo y
el interés, cuando no por el rencor o la venganza.
Sin embargo,
el amor ha existido siempre. En todas las culturas se encuentran testimonios
del amor paternal y maternal. Las tradiciones de todos los pueblos presentan
buenos ejemplos del amor entre los esposos, los hermanos y los amigos.
El hombre no
siempre es un lobo para el hombre. A lo largo de la historia ha habido muchas
personas que han sabido entregar lo mejor de sí mismas para escuchar y atender
a quienes vivían en necesidad.
Es verdad
que las relaciones humanas han sido orientadas por la llamada “Regla de oro”. Cuando
la entiendo de forma negativa, yo procuro no hacer a los demás lo que yo no quiero
que ellos me hagan a mí.
Si la pienso
en positivo, me siento impulsado a hacer por los demás el bien que yo deseo
recibir de ellos: sus halagos y sus dones. A fin de cuentas, el referente soy
yo mismo. Es mi deseo de bienestar lo que orienta mis acciones y omisiones.
Aquella regla
se encontraba en la tradición de tu pueblo. Y tú enseñabas a tus seguidores que
habían de recibir lo que ellos hicieran por los otros. Cada uno podía pensar
que poseía la clave para determinar a quién amar y cómo demostrar su amor.
Pero a la
hora de partir, tú ofreciste un criterio que convierte aquella norma en un
desgarro. Tú eres el modelo y el motivo del amor. Solo puedo amar a los demás
como tú nos has amado, es decir hasta la
entrega de mi vida. No importa la eficacia. Solo vale el seguimiento.
Señor Jesús,
tú sabes que mi amor a los demás ha sido demasiado interesado. En realidad he buscado
mi bien y mi comodidad. Perdona mi egoísmo. Y enséñame tú a amar a los demás como tú me has amado a mí. Amén.
José-Román Flecha Andrés