LOS INCURABLES NO SON INCUIDABLES
¿Cómo concretar hoy la figura y el
mensaje del buen samaritano de la parábola evangélica? O mejor,
¿Cómo acompañar a la persona enferma en las fases terminales de la vida,
respetando su dignidad humana, su
llamada a la santidad y el valor supremo de su misma existencia?
Esas son las preguntas con las que se
abre la carta “Samaritanus bonus” de la
Congregación para la Doctrina de la Fe sobre el cuidado de las personas en las
fases críticas y terminales de la vida (22.09.2020). He aquí algunas de sus ideas
iniciales.
1. Ante las leyes que legitiman el suicidio asistido y la
eutanasia voluntaria de los enfermos más vulnerables, “el dolor y la muerte no
pueden ser los criterios últimos que midan la dignidad humana, que es propia de
cada persona”.
2. Por eso, es preciso contar con una orientación
sobre cómo asistir a estas personas. El sentido de la vida y del sufrimiento evoca
la grandeza de un misterio que
solo la Revelación de Dios nos puede desvelar.
3. La experiencia del cuidado médico
parte de esa condición humana, marcada por la finitud y el límite, que es la
vulnerabilidad. Pero ese mismo “ser vulnerable” da fundamento a la ética del cuidado.
4. Cuando la curación es ya imposible o
improbable, el acompañamiento médico y de enfermería es todavía un deber
ineludible. Lo contrario constituiría un abandono inhumano del enfermo.
5. Así pues, en las estructuras
hospitalarias y asistenciales inspiradas en los valores cristianos, es
necesario establecer una relación que reconozca la fragilidad y
la vulnerabilidad de la persona enferma.
6. La medicina debe aceptar el límite de
la muerte como parte de la condición humana. Pero reconocer la imposibilidad de
curar no pone fin al ejercicio médico y de enfermería. La responsabilidad hacia
la persona enferma exige el cuidado hasta el final. Es preciso curar si es
posible, pero cuidar siempre. Reconocer que una enfermedad es
“incurable” no implica que sea “in-cuidable”.
7.
Si falta la fe, frente a lo inevitable de la enfermedad, puede surgir el miedo
al sufrimiento y a la muerte y el consiguiente desaliento. Estos sentimientos pueden sugerir la tentación
de anticipar la muerte por medio de la eutanasia o del suicidio asistido.
8. La experiencia del Cristo sufriente,
su agonía en la Cruz y su Resurrección revelan
la cercanía del Dios hecho hombre en las múltiples formas de la angustia y del
dolor.
9.
Volver la mirada a Cristo implica recurrir a quien ha probado en su carne el
dolor de la flagelación y de los clavos, la burla de los flageladores, el
abandono y la traición de los amigos más queridos.
10. Frente al desafío de la enfermedad, es
necesario dirigir al paciente y a sus familiares una palabra de aliento, inspirada
en la compasión de Jesús sobre la Cruz.