JUNTO AL LAGO
En
este domingo tercero de Pascua recordamos las palabras con las que Pedro
responde a los dirigentes judíos que le
prohíben hablar y actuar en el nombre de
Jesús (Hch 5,27-41).
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“Hay que obedecer a Dios antes que a los hombres”. Las prohibiciones humanas no
podrán frenar al apóstol que está dispuesto a dar la vida por el mensaje de
Cristo.
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“El Dios de nuestros padres resucitó a Jesús”. Frente a la fuerza humana esté
el poder divino, que ha resucitado a
Jesús. De esa fe recibe el misionero su valentía.
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“Testigos de esto somos nosotros y el Espíritu Santo que Dios da a los que le
obedecen”. Gracias al Espíritu los creyentes pueden dar testimno de su fe en
Jesucristo.
A
lo largo de los tiempos, los testigos de Cristo pueden cantar con el salmo
responsorial: “Te ensalzaré, Señor, porque me has librado” (Sal 29).
Con el Apocalipsis reconocen hoy al Señor como nuestro liberador y proclamamos el poder, el honor y la gloria que merece el Cordero degollado (Ap 5,11-14).
EL IDEAL PRIMERO
El
texto evangélico nos invita a recuperar el ideal primero (Jn 21,1-19). Nos recuerda
que Jesús había encontrado a sus discípulos a las orillas del lago de Galilea. Y
allí vuelve el Resucitado para repetir
los gestos de la llamada original.
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De nuevo los discípulos pasan por la experiencia de una noche de pesca
infructuosa. Y pasan de nuevo por la gozosa experiencia de una amanecida en la
que la obediencia al Señor les lleva a llenar sus redes con una enorme cantidad
de peces.
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De nuevo, el Señor toma el pan y el pescado y lo reparte entre sus discípulos.
De nuevo se repiten los gestos venerables que significan y hacen visible su
misericordia. Y, sobre todo, su entrega personal a los que ha elegido
• De nuevo Jesús, se dirige a Simón Pedro con una palabra que caacteriza el discipulado: “Sígueme”. Ahora se repite la misma invitación de aquella vez, cuando lo encontró realizando sus tareas de pescador en aquella ribera del lago.
Y LA CONFESIÓN DEL AMOR
Pedro había prometido seguir a Jesús hasta la
muerte, pero tres veces declaró no conocerlo. Ahora, el Resucitado no pretende recordar
aquella traición y reprender por ella al discípulo. Viene a confirmar la
fidelidad de Pedro y a confiarle la misión del pastoreo.
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“Simón, hijo de Juan, ¿me amas?”. A tres negaciones de Pedro corresponden tres
preguntas de Jesús. Parece que van del
amar al querer bien al Señor. Es como si el Maestro fuera bajando el tono para acomodarse
a las posibilidades y la fragilidad de su apóstol.
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“Sí, Señor, tú sabes que te quiero”. Jesús conoce bien los sentimientos de
Simón. Conoce su generosidad, pero también su debilidad. Él sabe que solo
amamos a aquellos de los que todavía esperamos algo. Y espera de sus discípulos
al menos una confesón de amor.
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“Apacienta mis corderos y mis ovejas”. En otro tiempo Jesús había prometido a
Simón el encargo de ser pescador de hombres. Ahora le confía la responsabilidad
de ser pastor del propio rebaño, por el que el Pastor bueno había entregado la
vida.
- Señor Jesús, tú nos conoces bien. Sabes que también nosotros somos débiles e incoherentes. Pero sabes también que te queremos y agradecemos tu llamada. Perdona nuestros descuidos y nuestras traiciones. Y ayúdanos a seguirte siempre con fidelidad y a ser testigos de tu misericordia Amén.
José-Román Flecha Andrés