“Mujer,
qué grande es tu fe: que se cumpla lo que deseas”
(Mt 15,28)
Señor Jesús, tú sabes bien que, a lo largo de los siglos,
tus seguidores han sido criticados y calumniados como lo fuiste tú.
• En muchas ocasiones
son acusados de haber despreciado y tratado de eliminar las religiones
primitivas. Se dice que consideraban enemigos tuyos a todos los que no te
reconocían como Señor y Salvador.
Es cierto que siempre ha
habido abusos. Pero también es verdad que muchos cristianos han sabido
descubrir en las creencias antiguas unas verdaderas y fecundas semillas de la
fe.
• En otras ocasiones, la
acusación ha sido exactamente la contraria. Se dice que tus seguidores no
tienen ningún inconveniente en acoger los cultos de los
que adoran a la naturaleza y veneran a la madre tierra como una divinidad.
Es cierto que puede
haber seguidores tuyos que se ven tentados por un fácil sincretismo, que olvida
la singularidad de tu vida y de tu mensaje. Pero también es verdad
que la fe en el Creador no puede impedir
la admiración hacia la creación.
• Tu encuentro con la
mujer cananea, que te pedía la curación de su hija, nos enseña que aquella
extranjera y pagana vivía un elemental precepto de la ley natural que exige el
amor a los miembros de la familia y que es necesario recordar en este tiempo.
Además ella conocía el extraordinario
valor de la oración. Y sabía que incluye la insistencia y la fidelidad en la
súplica, con la esperanza de obtener un bien precioso.
Y, por otra parte, aun
viniendo del mundo que se consideraba pagano, aquella mujer cananea había aprendido
a reconocerte e invocarte con el título mesiánico del Hijo de David.
Señor, hoy te damos
gracias porque, al reconocer la magnitud y sinceridad de su fe, nos enseñas a aceptar
con humildad nuestras propias carencias y a descubrir con admiración los
valores de las personas que consideramos diversas. Bendito seas por siempre. Amén.
José-Román
Flecha Andrés