LA FE DE LA EXTRANJERA
“A
los extranjeros que se han unido al Señor para servirlo… y mantienen mi alianza
los traeré a mi Monte Santo, los llenaré de júbilo en mi casa de oración” (Is
56,6-7). A la vuelta del destierro en Babilonia, Israel parece abrirse a los
extranjeros. Con un par de condiciones: que acepten la alianza de Dios y observen
el sábado sin profanarlo.
El
salmo responsorial se hace eco de ese anhelo de Israel: “Oh Dios, que te alaben
los pueblos, que todos los pueblos te alaben” (Sal 66).
Con
el tiempo parece que ha cambiado totalmente el presupuesto. San Pablo se alegra
de que los extranjeros y paganos hayan sido llamados a la fe, mientras que sus
hermanos judíos se resisten a creer en Cristo. Pero si todos compartieron la
desobediencia a Dios, espera él que todos participen en su misericordia (Rom
11,32).
LA
SÚPLICA Y EL APREMIO
El
evangelio recuerda el encuentro de Jesús con una mujer cananea que le implora a
gritos la curación de su hija (Mt 15,21-28). Su forma de invocar a Jesús denota una cierta
simpatía con el pueblo que espera a un Mesías de la casa de David.
Si
es una extranjera y pagana, nos sorprende que se dirija a Jesús con el título
mesiánico con que lo invocaban los ciegos de las tierras de Israel (Mt 9,27;
20, 30) y las gentes que lo recibirán a su llegada a Jerusalén (Mt 21,9). Quizá
quiera indicar el evangelista que la mujer salía de aquellos límites y fronteras
para acercarse a las tierras y al sentir de Israel (Mt 15,22).
A
la súplica de aquella mujer solo responde el silencio de Jesús y el apremio de
sus discípulos: “Concédeselo, que viene gritando detrás de nosotros.” Algunas
traducciones sugieren que únicamente pretenden desentenderse de ella. Pero el
verbo griego que se pone en boca de los discípulos no solo significa “despedir”
a una persona, sino también “conceder” una gracia, como en el caso del señor
que perdona al deudor (Mt 18,27) o el de Pilato, que solía liberar a un preso
por la fiesta de Pascua (Mt 27,15).
A
la indicacion de sus discípulos, Jesús responde con unas palabras que parecen
indicar su decisión de ignorar la petición de aquella extranjera: “No he sido
enviado más que a las ovejas perdidas de la casa de Israel.” En esa respuesta
parece resumirse la primitiva concepción mesiánica del pueblo hebreo.
LOS
HIJOS Y LOS PERROS
Pero
esta mujer pagana insiste en la súplica que la ha sacado a los caminos para ir
al ecuentro de Jesús: “¡Señor, socórreme!”. El mismo título que le otorga refleja la fe de
la futura comunidad cristiana
•
“No está bien tomar el pan de los hijos y echárselo a los perritos.” Esta
segunda respuesta de Jesús presenta una nueva dificultad. ¡Quién nos diera el
tono exacto de aquella insinuación! Parece una alusión de complicidad a expresiones
populares que se referían a los paganos con esa imagen del mundo animal.
•
“Sí, Señor, pero también los perritos comen de las migajas que caen de la mesa
de sus amos.” La mujer retoma con gracia aquella imagen. Cuando hay pan lo hay
para todos. Y cuando se manifiesta la bondad de Dios a todos alcanza y se
desborda. La misericordia suplicada acerca y redime al suplicante.
•
“Mujer, grande es tu fe; que te suceda como deseas.” La tercera respuesta de
Jesús reconoce que la fe llevó a la mujer a buscarle por los caminos. La fe la
enseñó a orar y a invocarlo como Señor e Hijo de David. Y la fe la ayudó a interpretar su propia
suerte con ese humor tan cercano a la humildad.
- Señor Jesús, en ti se encuentran la súplica
humana que te dirigimos y la gracia divina que nos redime. Tu paso por nuestra
vida revela la acción sanadora de Dios sobre las muchas personas que sufren la
enfermedad o el abandono. Tú que reflejas la misericordia de Dios, salva a los
cercanos y a los lejanos. Amén.
José-Román
Flecha Andrés