miércoles, 12 de agosto de 2020

REFLEXIÓN- Domingo 20 del tiempo ordinario. A. 16 de agosto de 2020

LA FE DE LA EXTRANJERA

“A los extranjeros que se han unido al Señor para servirlo… y mantienen mi alianza los traeré a mi Monte Santo, los llenaré de júbilo en mi casa de oración” (Is 56,6-7). A la vuelta del destierro en Babilonia, Israel parece abrirse a los extranjeros. Con un par de condiciones: que acepten la alianza de Dios y observen el sábado sin profanarlo.

El salmo responsorial se hace eco de ese anhelo de Israel: “Oh Dios, que te alaben los pueblos, que todos los pueblos te alaben” (Sal 66).

Con el tiempo parece que ha cambiado totalmente el presupuesto. San Pablo se alegra de que los extranjeros y paganos hayan sido llamados a la fe, mientras que sus hermanos judíos se resisten a creer en Cristo. Pero si todos compartieron la desobediencia a Dios, espera él que todos participen en su misericordia (Rom 11,32).   

 

LA SÚPLICA Y EL APREMIO

 

El evangelio recuerda el encuentro de Jesús con una mujer cananea que le implora a gritos la curación de su hija (Mt 15,21-28).  Su forma de invocar a Jesús denota una cierta simpatía con el pueblo que espera a un Mesías de la casa de David.

Si es una extranjera y pagana, nos sorprende que se dirija a Jesús con el título mesiánico con que lo invocaban los ciegos de las tierras de Israel (Mt 9,27; 20, 30) y las gentes que lo recibirán a su llegada a Jerusalén (Mt 21,9). Quizá quiera indicar el evangelista que la mujer salía de aquellos límites y fronteras para acercarse a las tierras y al sentir de Israel (Mt 15,22).

A la súplica de aquella mujer solo responde el silencio de Jesús y el apremio de sus discípulos: “Concédeselo, que viene gritando detrás de nosotros.” Algunas traducciones sugieren que únicamente pretenden desentenderse de ella. Pero el verbo griego que se pone en boca de los discípulos no solo significa “despedir” a una persona, sino también “conceder” una gracia, como en el caso del señor que perdona al deudor (Mt 18,27) o el de Pilato, que solía liberar a un preso por la fiesta de Pascua (Mt 27,15).

A la indicacion de sus discípulos, Jesús responde con unas palabras que parecen indicar su decisión de ignorar la petición de aquella extranjera: “No he sido enviado más que a las ovejas perdidas de la casa de Israel.” En esa respuesta parece resumirse la primitiva concepción mesiánica del pueblo hebreo. 

 

LOS HIJOS Y LOS PERROS

 

Pero esta mujer pagana insiste en la súplica que la ha sacado a los caminos para ir al ecuentro de Jesús: “¡Señor, socórreme!”.  El mismo título que le otorga refleja la fe de la futura comunidad cristiana

• “No está bien tomar el pan de los hijos y echárselo a los perritos.” Esta segunda respuesta de Jesús presenta una nueva dificultad. ¡Quién nos diera el tono exacto de aquella insinuación! Parece una alusión de complicidad a expresiones populares que se referían a los paganos con esa imagen del mundo animal.

• “Sí, Señor, pero también los perritos comen de las migajas que caen de la mesa de sus amos.” La mujer retoma con gracia aquella imagen. Cuando hay pan lo hay para todos. Y cuando se manifiesta la bondad de Dios a todos alcanza y se desborda. La misericordia suplicada acerca y redime al suplicante. 

• “Mujer, grande es tu fe; que te suceda como deseas.” La tercera respuesta de Jesús reconoce que la fe llevó a la mujer a buscarle por los caminos. La fe la enseñó a orar y a invocarlo como Señor e Hijo de David.  Y la fe la ayudó a interpretar su propia suerte con ese humor tan cercano a la humildad.

 - Señor Jesús, en ti se encuentran la súplica humana que te dirigimos y la gracia divina que nos redime. Tu paso por nuestra vida revela la acción sanadora de Dios sobre las muchas personas que sufren la enfermedad o el abandono. Tú que reflejas la misericordia de Dios, salva a los cercanos y a los lejanos. Amén.

José-Román Flecha Andrés