Museo de Navarra - Capitel del Santo Job.
DESCONCIERTO ANTE EL DOLOR
Y LA DESGRACIA
El
sufrimiento llena la vida del hombre. Es cierto que muchos dolores pueden ser
aliviados por la ciencia y por la técnica. Pero siempre habrá parcelas
dolorosas que no encuentran un fácil remedio ni una pronta curación. Sobre
todo, cuando las dolencias se enquistan en los hondos repliegues del alma.
Una y otra vez se encuentra uno por los
caminos del mundo con el escándalo del dolor. Son muchos los creyentes que
dicen no entender a un Dios que parece decidido a enviarles penas y
sufrimientos. Y los envía precisamente a ellos, que han tratado de aceptar
sinceramente la voluntad divina.
Es comprensible este desconcierto. Y hasta
la tentación de abandonar la fe en un Dios que parece abandonar a los que dicen
tener fe. Sin embargo, todos tenemos que recordar que el Señor nunca nos
prometió que a los que tuviéramos fe no nos iban a salpicar los problemas de la
vida.
De todas formas, los arañazos que ponen a
prueba la fe de los creyentes no se reducen a las enfermedades. Uno de los
sufrimientos más frecuentes en el mundo de hoy es el fracaso en el amor.
Infidelidades, rupturas, divorcios, abandono del cónyuge o de los hijos. Son
situaciones muy difíciles. Cualquier respuesta es insatisfactoria.
Con frecuencia olvidamos que, aun
siendo omnipotente, misericordioso y fiel, Dios no impide la libertad de las
personas. El Señor no fuerza la voluntad
de los humanos, aunque sean nuestros padres o nuestros hermanos.
No podemos ignorar que Dios no ahorró los
problemas de la vida ni a su Hijo Jesús de Nazaret. Jesús aceptó la voluntad
del Padre, aunque esa aceptación lo llevara al descrédito personal y a sufrir hasta
la amenaza de las gentes con las que se había criado en Nazaret.
Da la impresión que muchos de nosotros
seguimos identificando a Dios con un
fontanero o con uno de esos obreros que llamamos para que vengan a arreglarnos
todos los desperfectos y averías que se presentan en el hogar. Pero Dios no puede sustituir el estudio ni el
esfuerzo que precisamos para avanzar por la vida.
Hemos de tratar de comprender que muchas
personas necesitan una ayuda que no siempre logran obtener. Algunos familiares,
amigos y compañeros no encuentran una pértiga para salvar los abismos que se
encuentran por el camino.
No basta con darles una palmadita en la
espalda. Tampoco podemos limitarnos a decirles que no se preocupen, que todo
terminará por arreglarse. Hay mucha gente que necesita un apoyo fraternal o una
ayuda realmente profesional para solucionar o disminuir la gravedad de sus
problemas.
Ante las situaciones difíciles, siempre hay
que balancear lo que creemos ganar con lo que podemos perder. Y
finalmente, los que decimos creer en Dios y en su providencia hemos de tener bien clara una conclusión: la fe no
debe apoyarse en el éxito de nuestros proyectos, pero no puede llegar a
hundirse por el fracaso de nuestros sueños.
José-Román Flecha Andrés