LA FE TIENE ALGO QUE DECIR A LA SOCIEDAD
El marxismo ha acusado a la fe cristiana de alienar a
los creyentes y de alejarlos de las reales necesidades del pueblo. Por otra
parte, en la cultura occidental se ha presentado la fe como un sentimiento
meramente personal, negándole toda pretensión de influir en la vida
pública.
Ya el Concilio Vaticano II
había respondido adecuadamente a ambos
prejuicios, por ejemplo en la Constitución
pastoral sobre la Iglesia en el mundo de hoy, afirmando que la esperanza
del mundo futuro nos exige comprometernos en la edificación del mundo presente
(GS 39).
Pues bien, en el capítulo cuarto de su
exhortación apostólica La alegría del
Evangelio (EG), también el Papa
Francisco desmiente esas viejas acusaciones, al afirmar que “en el corazón
mismo del Evangelio está la vida comunitaria y el compromiso con los
otros” (EG 177).
Con motivo de los atentados
contra las Torres Gemelas de Nueva York, se escribió que los creyentes en un
Dios absoluto son la causa de la violencia y del fundamentalismo. No es verdad.
Nuestra fe en el Dios de Jesucristo
promueve el amor al prójimo, la fraternidad y la justicia y nos lleva a
ejercer el servicio de la compasión que comprende, asiste y promueve a la
persona (EG 178-179).
La esperanza cristiana mira
a un futuro absoluto, pero siempre genera historia en el presente (EG 180-181).
La Iglesia se siente obligada por su fe a concretar en la práctica los grandes
principios sociales (EG 182). La razón es muy sencilla: la fe no puede
relegarse solamente al ámbito de la intimidad de las personas. “Una auténtica
fe –que nunca es cómoda e individualista- siempre implica un profundo deseo de
cambiar el mundo, de transmitir valores, de dejar algo mejor detrás de nuestro
paso por la tierra” (EG 183).
SOLIDARIDAD Y DESARROLLO
El Papa evoca algunos de los
muchos textos bíblicos que nos llevan a escuchar el clamor de los pobres y a
socorrerlos (EG 187). Esta escucha no es una misión reservada a unos pocos
santos como Francisco de Asís o Teresa de Calcuta. Todos los creyentes estamos
llamados prestar una atención personal
a los pobres pero también a cooperar para resolver las causas estructurales de la pobreza, para promover el desarrollo
integral de los pobres y para hacernos solidarios con las miserias que
encontramos cada día a nuestro paso (EG 188).
Es cierto que el valor de la
solidaridad se ha puesto de moda
desde hace unos años, pero habrá que tener en cuenta su ambigüedad. De hecho, a
veces se la entiende como un simple
sentimiento pasajero, con mucha frecuencia motivado solamente por los
desastres naturales.
El Papa Francisco evoca la
solidaridad en una frase que puede resultar sorprendente a los que estaban acostumbrados
a subrayar el derecho a la propiedad
privada. Es cierto que esta enseñanza ya era habitual en la Doctrina social
de la Iglesia, pero la formulación actual puede resultar novedosa:
“La posesión privada de los
bienes se justifica para cuidarlos y acrecentarlos de manera que sirvan mejor
al bien común, por lo cual la solidaridad debe vivirse como la decisión de
devolverle al pobre lo que le corresponde” (EG 189). Así pues, el derecho a la
propiedad privada se justifica por su función de servicio al bien común.
DEFENSA DE LA NATURALEZA
Esta reflexión papal sobre
la solidaridad implica también un inevitable compromiso personal y social con
vistas a la defensa de la naturaleza. Hay quien se cree dueño de la tierra y
piensa que puede explotar sus recursos de forma interesada.
En su encíclica Caridad en la verdad, Benedicto XVI
propugnaba el ejercicio de la caridad intrageneracional y de la caridad
intergeneracional. Según él, nuestros atentados contra el ambiente dañan
fundamentalmente a los pobres de hoy, pero privan también de bienes necesarios
a los habitantes futuros del planeta. El Papa Francisco recuerda oportunamente
que “el planeta es de toda la humanidad y para toda la humanidad” (EG 190).
Como respondiendo a
conocidos y anticuados clichés ambientalistas y demográficos, de tipo
maltusiano, ampliamente utilizados por organismos internacionales, afirma
también que “existe alimento para todos; el hambre se debe a la mala
distribución de los bienes y de la renta…y de la práctica generalizada del desperdicio”
(EG 191).
José-Román Flecha Andrés
Publicado en la revista “El Santo”
Publicado en la revista “El Santo”