EL SOL Y LAS SOMBRAS
La luz y
las tinieblas forman parte de nuestra imaginación infantil. El sol y las
sombras configuran nuestra confianza y nuestros temores. Algunas de esas
experiencias las recordamos durante toda la vida. “Mantén tu rostro ante la luz del sol y no
verás la sombra”. En alguna parte he
leído esa frase de Hellen Keller.
Esa advertencia
nos llama la atención por su misma obviedad. Nuestra experiencia nos dice que así es la realidad.
Si miramos hacia el sol no veremos la sombra que proyectan nuestros cuerpos
sobre el terreno. Y, al contrario, sólo cuando damos la espalda al sol descubrimos
que, más larga o más corta, nuestra sombra parte de nuestros propios pies.
En ese
momento nos damos cuenta de que un lado de nuestro cuerpo es inaccesible para
el sol. Pero no sólo eso. Se nos hace evidente que con nuestro cuerpo impedimos
que la luz del sol llegue a un espacio de la tierra y que pueda bañar algunos
objetos y tal vez a algunos seres vivos. Cada uno de nosotros se interpone
con frecuencia entre el sol y las cosas.
Por otra
parte, también podemos percibir que cuando falta la luz, a muchos de nosotros
nos asalta el miedo. En la oscuridad parece que los ruidos se agrandan y hasta
creemos ver fantasmas y oír en torno a nosotros algunos sonidos fantasmales.
Caminamos a tientas, tropezamos en cualquier cosa y desconocemos los lugares que
deberían sernos familiares.
Pues bien,
esa observación se convierte en una especie de parábola cuando pensamos en
nuestra vida de fe. Sabemos que si volvemos la vista hacia Dios, quedaremos
inundados por su luz. Ante la luz de Dios perderán importancia muchos de los
problemas que creíamos insuperables, hasta el punto que nos quitaban el sueño y
la paz.
Evidentemente
todos tenemos que tener los pies bien plantados en el suelo y observar
atentamente lo que ocurre en nuestra tierra. Pero si solamente dirigimos la
mirada hacia lo más terrenal de nuestra vida, perderemos la necesaria
perspectiva y nuestras preocupaciones se agrandarán de forma insospechada.
Aún hay
más. Cuando caemos en el orgullo y la altanería, cuando nos ensalzamos y
crecemos demasiado a nuestros propios ojos, nos interponemos entre Dios y
nuestros hermanos. Proyectamos una sombra tan espesa sobre ellos que con
frecuencia llegamos a ignorar su presencia y sus lamentos.
Algo
parecido ocurre con el mundo creado. Hemos agrandado hasta tal punto nuestras
necesidades o caprichos que hemos creado verdaderos desastres ecológicos. Hemos
dejado en sombra grandes zonas de la naturaleza. Creamos un cierto eclipse que
nos lleva a ignorar a muchos seres vivos y a una parte notable de la tierra.
Volver la
vista a Dios nos llevará a descubrir su grandeza y su misericordia. Nos
obligará a comprender cuál es nuestro puesto en el mundo. Nos ayudará a
respetar la dignidad de nuestros semejantes. Y la belleza de este mundo creado,
en el cual podemos descubrir las huellas del Creador.
José-Román Flecha Andrés