martes, 5 de mayo de 2015

CADA DÍA SU AFÁN. 10 de mayo de 2015

       
EL SOL Y LAS SOMBRAS

La luz y las tinieblas forman parte de nuestra imaginación infantil. El sol y las sombras configuran nuestra confianza y nuestros temores. Algunas de esas experiencias las recordamos durante toda la vida.  “Mantén tu rostro ante la luz del sol y no verás la sombra”.  En alguna parte he leído esa frase de Hellen Keller.
Esa advertencia nos llama la atención por su misma obviedad. Nuestra  experiencia nos dice que así es la realidad. Si miramos hacia el sol no veremos la sombra que proyectan nuestros cuerpos sobre el terreno. Y, al contrario, sólo cuando damos la espalda al sol descubrimos que, más larga o más corta, nuestra sombra parte de nuestros propios pies.
En ese momento nos damos cuenta de que un lado de nuestro cuerpo es inaccesible para el sol. Pero no sólo eso. Se nos hace evidente que con nuestro cuerpo impedimos que la luz del sol llegue a un espacio de la tierra y que pueda bañar algunos objetos y tal vez a algunos seres vivos. Cada uno de nosotros se interpone con  frecuencia entre el sol y las cosas.
Por otra parte, también podemos percibir que cuando falta la luz, a muchos de nosotros nos asalta el miedo. En la oscuridad parece que los ruidos se agrandan y hasta creemos ver fantasmas y oír en torno a nosotros algunos sonidos fantasmales. Caminamos a tientas, tropezamos en cualquier cosa y desconocemos los lugares que deberían sernos familiares.
Pues bien, esa observación se convierte en una especie de parábola cuando pensamos en nuestra vida de fe. Sabemos que si volvemos la vista hacia Dios, quedaremos inundados por su luz. Ante la luz de Dios perderán importancia muchos de los problemas que creíamos insuperables, hasta el punto que nos quitaban el sueño y la paz.
Evidentemente todos tenemos que tener los pies bien plantados en el suelo y observar atentamente lo que ocurre en nuestra tierra. Pero si solamente dirigimos la mirada hacia lo más terrenal de nuestra vida, perderemos la necesaria perspectiva y nuestras preocupaciones se agrandarán de forma insospechada.
Aún hay más. Cuando caemos en el orgullo y la altanería, cuando nos ensalzamos y crecemos demasiado a nuestros propios ojos, nos interponemos entre Dios y nuestros hermanos. Proyectamos una sombra tan espesa sobre ellos que con frecuencia llegamos a ignorar su presencia y sus lamentos.
Algo parecido ocurre con el mundo creado. Hemos agrandado hasta tal punto nuestras necesidades o caprichos que hemos creado verdaderos desastres ecológicos. Hemos dejado en sombra grandes zonas de la naturaleza. Creamos un cierto eclipse que nos lleva a ignorar a muchos seres vivos y a una parte notable de la tierra.
Volver la vista a Dios nos llevará a descubrir su grandeza y su misericordia. Nos obligará a comprender cuál es nuestro puesto en el mundo. Nos ayudará a respetar la dignidad de nuestros semejantes. Y la belleza de este mundo creado, en el cual podemos descubrir las huellas del Creador.
                                                                  José-Román Flecha Andrés