LA CLAUSURA DEL CONCILIO
Se
cumplen ahora sesenta años de la clausura del Concilio Vaticano II. A pesar de
los temores de muchos, la constitución Gaudium
et Spes sobre la Iglesia en el mundo actual fue aprobada por una mayoría de
votos en la votación final del día 7 de diciembre.
A
continuación, el cardenal Agustín Bea leyó la carta apostólica Ambulate in dilectione, es decir “Caminad en el amor”. Con ella se anulaba
la excomunión a la Iglesia Ortodoxa, que hacía lo mismo en Constantinopla, con
relación a la Iglesia Católica.
Los
que estábamos presentes en la Basílica de San Pedro aplaudimos con ganas,
mientras el papa Pablo VI abrazaba al Metropolita Melitón de Heliópolis,
presidente de la comisión enviada por el Patriarca Atenágoras.
En
aquella última sesión de la asamblea conciliar, Pablo VI parecía querer
responder a los que acusaban al Concilio de ocuparse muy poco de las cosas
divinas y mucho de la Iglesia. Por eso afirmaba con fuerza: “Dios existe, vive,
es personal y providente, es infinitamente bueno para con todos nosotros. Es
nuestro Creador, nuestra verdad y nuestra felicidad”. Y añadía que la Iglesia
se inclina hacia el hombre y hacia el mundo, pero a la vez se alza hasta el
reino de Dios.
El
día siguiente, 8 de diciembre de 1965, fiesta de la Inmaculada Concepción de la
Virgen María, tuve la alegría de asistir a la celebración de la clausura del
Concilio, que tuvo lugar en la Plaza de San Pedro. El papa Pablo VI dirigió un
amplio saludo a los presentes y a los ausentes, a toda la humanidad.
Pero
añadió que el suyo no era como el saludo de despedida que separa a las
personas, sino como ese saludo de amistad que permanece, o que nace entre
ellas. De hecho, quería él llegar al corazón de cada uno con el deseo cristiano
de la paz.
Al
final de la celebración, escuchamos los mensajes del Concilio a los
gobernantes, a los intelectuales, a los artistas, a las mujeres, a los
trabajadores, a los pobres, a los enfermos y finalmente a los jóvenes.
Para
terminar, el secretario general del Concilio, Monseñor Pericle Felici leyó la
carta apostólica In Spiritu Sancto, firmada
aquel mismo día por el papa Pablo VI. Con ella, clausuraba el Concilio y
ordenaba que se cumpliesen sus orientaciones “para gloria de
Dios, para honor de la santa madre Iglesia y para la paz y tranquilidad de
todos los hombres”.
Aquella misma tarde, del día 8 de diciembre de 1965 en la Piazza di Spagna Pablo VI ofrecía la corona de flores a la imagen de la Santísima Virgen. Aquel día, la invocación a María, Madre de la Iglesia, era un gesto que debería ser inolvidable. A los pies de María se iniciaba el camino postconciliar de la Iglesia.
José-Román Flecha Andrés