LA IMAGEN DE LA HIERBA
Millones de personas han seguido de una forma u otra la homilía que el
papa León XIV pronunció el domingo 3 de agosto en la misa con la que se
concluía el Jubileo de los Jóvenes en la explanada romana de Tor Vergata.
Desde el comienzo afirmó él que el encuentro con el Cristo
resucitado cambia nuestra existencia e ilumina nuestros afectos, deseos y
pensamientos.
El salmo responsorial ofrecía la imagen de la hierba que por la mañana
brota y florece, y por la tarde se seca y se marchita.
El Papa evocó la belleza de un prado “delicado, hecho con tallos
delgados, vulnerables, propensos a secarse, doblarse, quebrarse”. Esos tallos
son reemplazados rápidamente por otros que florecen después de ellos; y, al
consumirse en el terreno, los primeros se convierten para los nuevos en alimento
y abono.
Esta imagen se puede aplicar a nuestra vida. Nosotros no hemos sido
hechos para una vida donde todo es firme y seguro, sino para una existencia que
se regenera constantemente en el don, en el amor. Por eso aspiramos a un “más”
que ninguna realidad creada nos puede dar; sentimos una sed tan grande y
abrasadora, que ninguna bebida de este mundo puede saciar.
“No engañemos nuestro corazón ante esta sed, buscando satisfacerla con
sucedáneos ineficaces. Más bien, escuchémosla. Hagámonos de ella un taburete
para subir y asomarnos, como niños, de puntillas, a la ventana del encuentro
con Dios. Nos encontraremos ante Él, que nos espera; más bien, que llama
amablemente a la puerta de nuestra alma. También para los jóvenes es hermoso
abrirle de par en par el corazón, permitirle entrar, para después aventurarse
con Él hacia los espacios eternos del infinito”.
Tras recordar cómo San Agustín confiesa que, al buscar a Dios, sus
sentidos corporales fueron totalmente transformados, el Papa dijo a los jóvenes
que “hay una inquietud importante en nuestro corazón, una necesidad de verdad
que no podemos ignorar, que nos lleva a preguntarnos: ¿Qué es realmente la
felicidad? ¿Cuál es el verdadero sabor de la vida? ¿Qué es lo que nos libera de
los pantanos del sinsentido, del aburrimiento y de la mediocridad?”
La respuesta es clara: “La plenitud
de nuestra existencia no depende de lo que acumulamos ni de lo que poseemos, sino
que está unida a aquello que sabemos acoger y compartir con alegría”.
Si acogemos los sentimientos de compasión, benevolencia, humildad,
dulzura, paciencia, perdón y paz, como los de Cristo, nuestra esperanza no
quedará defraudada. Y esa esperanza es Jesús.
El Papa concluyó diciendo a los jóvenes: “Aspirad a cosas grandes, a la santidad, allí donde estéis. No os conforméis con menos. Entonces veréis crecer cada día la luz del Evangelio, en vosotros mismos y a vuestro alrededor”.
José-Román Flecha Andrés