CREER ES PERMANECER
A propósito de la multiplicación y
reparto de los panes y los peces, por parte de Jesús, la Liturgia nos ha
presentado a tres grandes personajes del pueblo de Israel que sirvieron
como mediadores de Dios para alimentar a las gentes: Eliseo, Moisés y Elías.
Además, ha personificado
a la Sabiduría para evocar el banquete al que nos convida.
En este domingo se cierra el ciclo con la
mención de Josué (Jos 24), el elegido por Dios para introducir a su pueblo en
la tierra prometida. Allá en Siquén, Josué
interpela a su pueblo para que haga pública su opción de vida. ¿Adorar a
los dioses de los cananeos o adorar al Dios que lo ha sacado de la esclavitud?
Esa
es la alternativa. Josué confiesa que él y su familia ya han optado por servir
al Señor. Y el pueblo promete: “También nosotros serviremos al Señor: ¡es
nuestro Dios!”.
El salmo responsorial nos dirige una bella invitación: “Gustad y ved qué bueno es el Señor” (Sal 33). Y Pablo nos exhorta a considerar el amor de Cristo a su Iglesia (Ef 5,21-32).
ESPÍRITU Y VIDA
Según
el evangelio de este domingo, no son los jefes de los judíos los que critican a
Jesús porque los exhorta a comer su carne y beber su sangre. Son sus propios
“discípulos” los que se escandalizan y deciden abandonarlo (Jn 6,60-69). Al
dirigirse a ellos, Jesús establece una distinción entre la carne y el Espíritu.
•
En el evangelio, la carne no es el compuesto orgánico de nuestro cuerpo. La
carne significa la disposición a ver la historia según nuestros intereses. Por
eso, refleja los ideales más rastreros que alimentamos. De la carne dice Jesús
que “no sirve de nada”. En realidad, esos deseos nuestros no llegan a captar la verdad de la
entrega del Señor.
• El Espíritu del que habla Jesús no es un fantasma. Es el viento de Dios, que creó el mundo y dio vida al ser humano. Es el aliento divino que habló por los profetas. Es la brisa de Dios que nos lleva a descubrir la verdad y al amor. Según Jesús, el Espíritu “es quien da vida” y nos hace comprender que sus palabras “son espíritu y son vida”.
EL SANTO Y EL SALVADOR
Ante
el abandono de muchos discípulos, Jesús pregunta directamente a los Doce:
“¿También vosotros queréis marcharos?” Esta pregunta de Jesús nos recuerda la interpelación
de Josué a los hebreos. En un momento y en
otro, se trata de aclarar y declarar la opción fundamental. Simón Pedro
responde por todos con una doble confesión:
•
“Señor ¿a quién vamos a acudir? Tú tienes palabras de vida eterna”. En esta sociedad
aturdida por el bullicio, la confusión y el griterío político e ideológico, es
preciso escuchar al que es la Palabra misma de Dios. Entre tantas palabras engañosas
y efímeras, las palabras de Jesús brotan de la vida sin principio y llevan a la
vida sin final.
•
“Nosotros creemos y sabemos que tú eres el Santo consagrado por Dios”. En el
mundo de hoy es fácil renegar del Mesías y darle la espalda. Pero los
verdaderos creyentes saben y confiesan que Jesús es el Mesías. Solo el enviado
de Dios puede hacer posible la
realización integral del hombre y de lo humano. Creer en él es permanecer a su
lado.
- Señor Jesús, nosotros te reconocemos como el
Mensajero de Dios. De ti recibimos el mensaje definitivo sobre Dios y sobre el
hombre. Seguirte significa acertar con el sentido de la existencia. Tú eres el
Santo de Dios y nuestro Salvador. ¡Bendito
seas! Amén.
José-Román
Flecha Andrés