CONSEJOS DE UN PADRE
En
el libro bíblico de los Proverbios se encuentran algunos consejos que un padre
dirige a su hijo, tratando de orientarle para el futuro.
1.
“Escucha, hijo mío, los consejos de tu padre, no rechaces las advertencias de
tu madre. Serán una hermosa corona para tu cabeza, un collar para tu cuello”
(Prov 1,8-9).
De
los padres recibimos la vida natural y también las orientaciones para vivirla
con dignidad. Quien ignora o desprecia los consejos de su padre y de su madre
demuestra solamente su arrogancia y su inmadurez.
Hoy
los padres no siempre pueden orientar a los hijos en cuestiones técnicas. Pero
guardan para ellos el gran tesoro de los valores morales. Este proverbio
considera esos consejos de los padres como los adornos más preciosos para los
hijos.
2.
“Hijo mío, si los pecadores quieren arrastrarte al mal, no los sigas” (Prov
1,10).
Nada
les duele tanto a los padres como ver que sus hijos se dejan seducir por los
promotores del mal. Es importante el verbo “arrastrar”. El hijo que se deja
arrastrar por otros al mal, nunca podrá afirmar que ha sido libre.
El
hombre de hoy tiene más miedo a la soledad que a la mentira. De hecho, se deja
fácilmente arrastrar por la corriente del mal. Con razón dice el papa Francisco
que “corriente abajo, hasta los cadáveres flotan”. Hay que aprender a nadar o
remar corriente arriba.
3.
“El pájaro que advierte la trampa no cae en ella” (Prov 1,17).
Este
proverbio bíblico refleja la inquietud de un padre que ruega a su hijo que no
se deje seducir por los que tratan de arrastrarlo al mal. La experiencia le
dice que al hombre que vive de rapiñas, un día cualquiera la rapiña le cobrará
la vida.
El
padre ama a su hijo y no quiere verlo perecer por haberse dejado seducir por
los malhechores. Es necesario que el hijo aprenda del pájaro a descubrir la
trampa para no ser apresado por ella. Su vida es un bien mucho más precioso que
el botín que pudiera conseguir mediante el robo.
4.
“Que no te falten ni la bondad ni la fidelidad. Átalas a tu cuello, inscríbelas
en las tablillas de tu corazón; así conseguirás benevolencia y estima tanto de
Dios como de los hombres” (Prov 3,3-4).
Este
pensamiento se inscribe en un esquema de cuatro pares de conceptos: Dos
virtudes, dos formas de recordarlas, dos premios que se prometen a quien las
practique y dos testigos – uno divino y otro humano- que valoran ese esfuerzo.
La
bondad es el resumen de todas las virtudes que hacen feliz a la persona. Y la
fidelidad es la cualidad que la mantiene en pie, a pesar de los vientos
contrarios y del relativismo imperante.
Ser
bien queridos por Dios y por los hombres es el mejor premio que se puede
alcanzar. Han pasado muchos siglos y ha
cambiado la sociedad. Pero esas advertencias siguen siendo válidas.