EL DRAMA DEL HAMBRE
Parecía
que el hambre era tan solo un recuerdo histórico. Nos habíamos creído que la
técnica y el desarrollo la habían superado para siempre. Las terrazas y los
restaurantes están a rebosar. Todo el mundo piensa que es fácil alimentarse.
Tendemos a ignorar las situaciones de necesidad más cercanas a nosotros.
Pero
el hambre no ha pasado. Deberíamos preguntarnos dónde están los comedores de
los pobres. Y cómo hacen para abastecerse. En realidad se han convertido en el
reflejo de un drama de dimensiones universales.
La
grave situación que describía Josué de Castro en su célebre libro Geografía del hambre se ha agravado por
todas partes. Muchos países son
incapaces de superar ese grave problema que pone en peligro sus posibilidades
de supervivencia y desarrollo.
Olvidamos
este problema, delegando toda responsabilidad en los organismos
internacionales. Solo lo recordamos con motivo de algunas campañas puntuales de
solidaridad. Nos cuesta “suscribirnos” de forma permanente a un proyecto
solidario.
Para
los profetas bíblicos, entre las muchas cualidades y actitudes que definen al
justo, se encuentra la de compartir el pan con el hambriento (Ez 18,7).
Tanto
los discípulos de Jesús (Mt 12,1) como él mismo (Mc 11,12; Mt 21,18) pasaron
hambre alguna vez.
A
la bienaventuranza de los que hambrean la justicia (Mt 5,6; Lc 6,21), Jesús
contrapone la malaventuranza de los satisfechos, porque tendrán hambre (Lc
6,25). El Maestro ejemplifica la suerte de los hombres con la parábola de un
rico comilón y de un mendigo hambriento (Lc
16,19-20).
El
Concilio Vaticano II reflejó el escándalo que supone la presencia del hambre en
un mundo que tiene a su disposición tantas riquezas (GS 4d).
La
campaña anual promovida por Manos Unidas nos exige algunas urgentes actitudes y
decisiones:
•
Informarnos de la presencia de los hambrientos en el mundo y denunciar las
causas que favorecen el hambre en este mundo del despilfarro.
•
Compartir nuestros bienes, investir en la creación de estructuras que
favorezcan el desarrollo y orientar nuestra producción y nuestras compras con
criterios solidarios.
•
Conceder nuestra confianza y nuestro voto a los políticas que se muestren más
sensibles al problema del hambre.
•
No olvidar que los países desarrollados se han comprometido a colaborar en la
promoción de los países en vías de desarrollo.
•
Favorecer una educación de las nuevas generaciones en los valores de la
compasión y de la solidaridad con los hambrientos de este mundo.
No
podemos olvidar que el Señor nos juzgará, a creyentes y no creyentes, por
nuestra voluntad para dar de comer al hambriento o para negarle esa ayuda (Mt
25,35.42).