RECORDANDO COMO EGERIA
1. “A la hora séptima sube todo el pueblo al monte
Olivete o Eleona, a la iglesia… Cuando ya empieza la hora undécima se lee el
texto del Evangelio donde los niños con ramos y palmas salieron al encuentro
del Señor diciendo: ‘Bendito el que viene en nombre del Señor’.
Y al punto se levanta el obispo y todo el pueblo y desde
lo más alto del monte Olivete se va a pie todo el camino. Todo el pueblo va delante
de él cantando himnos y antífonas, respondiendo siempre: ‘Bendito el que viene
en nombre del Señor’.
Los niños de aquellos lugares, aun los que no pueden ir a
pie por ser tiernos y los llevan sus padres al cuello, todos llevan ramos, unos
de palmas, otros de olivos. Y así es
llevado el obispo en la misma forma que entonces
fue llevado el Señor. Desde lo alto del monte hasta la ciudad, y desde aquí a
la Anástasis por toda la ciudad todos
hacen todo el camino a pie…
Se va poco a poco para que no se canse el pueblo y
así se llega a la Anástasis ya tarde; donde después de
llegar, aunque sea tarde, se hace el lucernario, se repite la oración en la
cruz y se despide al pueblo”.
2. Así recordaba
la peregrina Egeria la celebración del Domingo de Ramos en Jerusalén, allá por
los años 381 al 384. Llegada de las
tierras del noroeste de Hispania, tal vez de la zona del Bierzo, gozaba ella de
la libertad concedida poco antes a los cristianos, y visitaba piadosamente los lugares que evocaban el paso de Jesús.
Los que hemos
tenido la suerte de estar precisamente ese domingo de Ramos en Jerusalén
recordamos con gusto el relato de aquella peregrina. Y podemos dar fe de la
exactitud con la que tantos siglos después se sigue repitiendo esa procesión.
Con admiración y alegría la hemos visto descender desde Betfagé por la ladera
del Monte de los Olivos, dejando a un lado la capilla que recuerda el llanto de
Jesús sobre Jerusalén.
Hemos escuchado los cantos en muchas lenguas entonados
por los fieles que entraban en la Ciudad
Santa por la Puerta de los Leones hasta llegar a la iglesia de Santa Ana. Y
hemos vivido la riqueza espiritual y la alegría del pueblo de Dios.
3. También
nosotros celebramos con alegría este Domingo de Ramos. Desde todos los
países de la tierra los discípulos de Jesús nos unimos en este día a esa gozosa
procesión y tratamos de seguir en espíritu al Maestro, que llega a Jerusalén
aclamado por unos y observado con recelo por otros.
Hoy pedimos al
Señor aquella paz que deseaban los peregrinos que llegaban de lejos a Jerusalén,
y le rogamos que venga a nosotros y a nuestro ambiente y que nos traiga la paz
verdadera que no quiso aceptar su
Ciudad.
José-Román Flecha Andrés