martes, 31 de mayo de 2022

REFLEXIÓN . Fiesta de Pentecostés. C 5 de junio de 2022

 

LA VIDA DEL ESPÍRITU 

 “Cada uno los oímos hablar de las maravillas de Dios en nuestra propia lengua” (Hch 2,11).  Esa es la exclamación que recorre las calles de Jerusalén cuando los discípulos salen de la casa donde han sido sorprendidos por el vendaval del Espíritu de Dios.

Antes eran tímidos y ahora son valientes. Antes estaban dominados por el miedo a los jefes de los judíos, pero ahora exponen con energía la obra y la palabra de Jesús de Nazaret. Antes estaban acobardados y desalentados por la muerte ignominiosa de su Maestro. Ahora dan un convencido testimonio de la resurrección de su Señor.

Todos los peregrinos llegados a Jerusalén entienden el mensaje de la verdad. Babel significaba el endiosamiento humano y la confusión de las lenguas. Jerusalén inicia el milagro de la comprensión universal. Babel era el orgullo, la altanería y la confrontación. Pentecostés es el paso del Espíritu, la obediencia de la fe y la era del amor.

TRES DONES

“Envía tu Espíritu, Señor, y repuebla la faz de la tierra” (Sal 103). El salmo expresa el anhelo más profundo del corazón humano. El anhelo de “la vida”. El orante de la primera alianza espera recibir el don más precioso e inefable del Espíritu de Dios. Ese Espíritu que la liturgia evoca y confiesa como “Señor y dador de vida”.

Junto al don de la vida, los cristianos imploramos otro don igualmente precioso: el de “la unidad”. En la Iglesia, todos nos reconocemos como miembros de un mismo cuerpo. Todos somos iguales en dignidad, útiles y necesarios. “Todos hemos bebido de un solo Espíritu”, como recuerda Pablo a los corintios (1 Cor 12,13).

Todavía hay un tercer don que agradecemos y tratamos de recordar cada día: el don del “envío”. El Señor resucitado abre ante los discípulos de la primera hora un horizonte universal.  “Paz a vosotros. Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo” (Jn 20,21). Un horizonte que se abre cada día ante los creyentes de hoy.

EL MENSAJE

 

El Evangelio de Juan que se proclama en esta fiesta de Pentecostés (Jn 29,19-23) nos recuerda además tres aspectos del mensaje de Jesús, que anuncia la llegada de ese don del Espíritu:

 • “Recibid el Espíritu Santo”. No podríamos recorrer los caminos del mundo si no fuéramos movidos por su vendaval. No acertaríamos a transmitir las palabras del Señor. No llegaríamos a hacer visible su presencia sin la gracia del Espíritu. 

• “A quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados”.  Jesús es el rostro de la misericordia de Dios. Él ha querido confiar a sus apóstoles el tesoro y la transmisión de su perdón. Solo el Espíritu puede hacernos testigos creíbles del amor y la ternura de Dios.

• “A quienes se los retengáis, les quedan retenidos”. Más asombrosa que la autoridad de perdonar es la responsabilidad de retener el perdón cuando los corazones se endurecen. El Espíritu ha de concedernos la gracia del discernimiento y del buen consejo.   

- “Ven, Espíritu divino, manda tu luz desde el cielo… Ven, dulce huésped del alma, descanso de nuestro esfuerzo, tregua en el duro trabajo, brisa en las horas de fuego, gozo que enjuga las lágrima y reconforta en los duelos”. Amén.

                                                                                      José-Román Flecha Andrés