LA FINITUD HUMANA Y EL ESPIRITU
Se cumplen por ahora sesenta años desde
que Xavier Zubiri publicó su obra “Sobre la esencia”. Partiendo de Aristóteles
y pasando por Descartes, llegaba él hasta el existencialismo más reciente en su
tiempo para reflexionar sobre la esencia, es decir, sobre “lo que es” una cosa
real.
Es interesante volver a leer su
respuesta a las propuestas de Hegel sobre el concepto unívoco de “la” razón,
aplicado a lo divino y a lo humano. Evidentemente Zubiri no podía estar de acuerdo con esa pretensión.
Según él “la razón no es un singular del que la razón divina y la humana fueran
dos momentos gradualmente diferentes”.
La cuestión no es tan abstracta que no pueda interesar a las personas con las que
hoy nos cruzamos por la calle o en el supermercado. La pregunta puede tener una
resonancia muy especial en tiempos de crisis y de pandemia, de invasiones, de guerras, de legalización de la muerte y de
la difusión del hambre.
Según Zubiri, “conocer toda la realidad
actual y posible, en todos sus aspectos y notas, tan solo por un concepto formal,
es algo de que solo es capaz una inteligencia infinita, la inteligencia divina;
pero es quimérico atribuírselo a inteligencias humanas, dotadas de una
intrínseca finitud”.
Es más, el autor añade que “esta
finitud no es un mero defecto o deficiencia
de la razón humana, sino justamente al revés: es su positiva y constitutiva
estructura”. Una y otra vez se repite ahora que, frente a la pretendida
suficiencia humana, la pandemia nos ha obligado a reconocer nuestra debilidad y
finitud.
Nuestra inteligencia de lo real no era
tan clarividente cono nos habíamos imaginado. Nuestro conocimiento desfallecía
por defecto, mientras que nuestra voluntad pecaba por exceso. No podíamos
homologar la razón humana con la divina. Según Zubiri, “eso que llamamos
inteligir no es la misma cosa tratándose de Dios y de los hombres”.
La celebración de la fiesta de
Pentecostés nos invita una vez más a reflexionar sobre aquellas palabras con
las que Jesús prometía a sus discípulos el envío de un Abogado y Consolador. El
Espíritu Santo habría de ayudarles a entender algo del proyecto de Dios y a
comprender un poco la realidad y el destino del hombre.
Pentecostés era una fiesta judía. Fue un
acontecimiento capital para la primera comunidad de seguidores de Jesús. Y es
un momento ineludible para reflexionar en todo tiempo sobre nuestra concepción
de la razón y nuestra relación con la verdad.
Sin la fe la razón se queda mutilada. Y
sin la razón la fe se convierte en magia falaz
y peligrosa. La conciencia de la finitud, la humildad y la acogida de la
verdad nos desvelan la “esencia” de lo real. Y nuestra propia dignidad.
Necesitamos un Pentecostés.
José-Román
Flecha Andrés.