martes, 31 de mayo de 2022

CADA DÍA SU AFÁN 4 de junio de 2022


LA FINITUD HUMANA Y EL ESPIRITU

Se cumplen por ahora sesenta años desde que Xavier Zubiri publicó su obra “Sobre la esencia”. Partiendo de Aristóteles y pasando por Descartes, llegaba él hasta el existencialismo más reciente en su tiempo para reflexionar sobre la esencia, es decir, sobre “lo que es” una cosa real.

Es interesante volver a leer su respuesta a las propuestas de Hegel sobre el concepto unívoco de “la” razón, aplicado a lo divino y a lo humano. Evidentemente Zubiri  no podía estar de acuerdo con esa pretensión. Según él “la razón no es un singular del que la razón divina y la humana fueran dos momentos gradualmente diferentes”.

La cuestión no es tan abstracta que  no pueda interesar a las personas con las que hoy nos cruzamos por la calle o en el supermercado. La pregunta puede tener una resonancia muy especial en tiempos de crisis y de pandemia, de invasiones,  de guerras, de legalización de la muerte y de la difusión del hambre.

Según Zubiri, “conocer toda la realidad actual y posible, en todos sus aspectos y notas, tan solo por un concepto formal, es algo de que solo es capaz una inteligencia infinita, la inteligencia divina; pero es quimérico atribuírselo a inteligencias humanas, dotadas de una intrínseca finitud”.

Es más, el autor añade que “esta finitud  no es un mero defecto o deficiencia de la razón humana, sino justamente al revés: es su positiva y constitutiva estructura”. Una y otra vez se repite ahora que, frente a la pretendida suficiencia humana, la pandemia nos ha obligado a reconocer nuestra debilidad y finitud.

Nuestra inteligencia de lo real no era tan clarividente cono nos habíamos imaginado. Nuestro conocimiento desfallecía por defecto, mientras que nuestra voluntad pecaba por exceso. No podíamos homologar la razón humana con la divina. Según Zubiri, “eso que llamamos inteligir no es la misma cosa tratándose de Dios y de los hombres”.

La celebración de la fiesta de Pentecostés nos invita una vez más a reflexionar sobre aquellas palabras con las que Jesús prometía a sus discípulos el envío de un Abogado y Consolador. El Espíritu Santo habría de ayudarles a entender algo del proyecto de Dios y a comprender un poco la realidad y el destino del hombre.

Pentecostés era una fiesta judía. Fue un acontecimiento capital para la primera comunidad de seguidores de Jesús. Y es un momento ineludible para reflexionar en todo tiempo sobre nuestra concepción de la razón y nuestra relación con la verdad.

Sin la fe la razón se queda mutilada. Y sin la razón la fe se convierte en magia falaz  y peligrosa. La conciencia de la finitud, la humildad y la acogida de la verdad nos desvelan la “esencia” de lo real. Y nuestra propia dignidad. Necesitamos un  Pentecostés.

 

José-Román Flecha Andrés.