SOBRE LOS
MEDIOS TERAPÉUTICOS
La
declaración vaticana “Iura et bona” sobre la eutanasia (5.5.1980) analizaba
ya el uso proporcionado de los medios
terapéuticos. Es la parte más novedosa y matizada de aquel documento, a causa
del temor generalizado de un abuso en la aplicación de los medios de
reanimación a un enfermo irrecuperable.
El
documento afirma que tomar decisiones
corresponde a la conciencia del enfermo o de las personas cualificadas para
hablar en su nombre y de los médicos conscientes de su deber. En concreto, se
pregunta si se deberá recurrir en todas las circunstancias a toda clase de
remedios posibles. El planteamiento que ofrece es muy significativo:
“Hasta
ahora los moralistas respondían que no se está obligado nunca al uso de los
medios 'extraordinarios'. Hoy, en cambio, tal respuesta, siempre válida en
principio, puede parecer tal vez menos clara tanto por la imprecisión del término
como por los rápidos progresos de la terapia. Debido a esto, algunos prefieren
hablar de medios 'proporcionados' y 'desproporcionados'. En cada caso, se
podrán valorar bien los medios poniendo en comparación del tipo de terapia, el
grado de dificultad y el riesgo que comporta, los gastos necesarios y las
posibilidades de aplicación con el resultado que se puede esperar de todo ello,
teniendo en cuenta las condiciones del enfermo y sus fuerzas físicas y morales”.
Son
interesantes las conclusiones que el documento enumera a continuación a modo de
ejemplo:
—
A falta de otros remedios y con el consentimiento del enfermo, es lícito
recurrir a medios avanzados, aun en fase experimental y no exentos de todo
riesgo, para bien de la humanidad.
—
Es lícito interrumpir la aplicación de tales medios cuando los resultados
defrauden las esperanzas puestas en ellos, contando siempre con el parecer del
enfermo, de su familia y de médicos verdaderamente competentes.
—
Es siempre lícito contentarse con los medios normales que la medicina puede
ofrecer. No se pueden imponer medios experimentales o demasiado costosos. Su
rechazo no equivale a suicidio, sino a un acto de humildad y a veces de caridad
hacia la familia o la colectividad.
—
Ante la inminencia de una muerte inevitable, es lícito renunciar a unos
tratamientos que únicamente prolongarían una existencia precaria, sin
interrumpir las curas normales debidas al enfermo en casos similares.
En
la conclusión de la declaración vaticana se afirma que estas normas están inspiradas
por el deseo de servir a la persona según el designio del Creador. Creemos que
la vida del hombre es un don de Dios que exige también una aceptación digna y
responsable. Es evidente que las personas que asisten a un enfermo terminal han
de prestarle los cuidados oportunos. Y, sobre todo, han de ofrecerle también el
servicio de su bondad y caridad.