EL SEPULCRO
“Se
han llevado del sepulcro al Señor
y
no sabemos dónde lo han puesto”
(Jn 20,2)
Señor Jesús, el
texto evangélico nos dice que, después de descubrir que tu sepulcro estaba
vacío, María Magdalena se apresura a comunicar la noticia. En realidad
transmite la noticia de un hallazgo y de una ausencia.
Ella había
estado presente en el momento de tu sepultura, pero ahora ha descubierto que tu
cuerpo ya no está allí. En realidad se
atreve a manifestar una sospecha. Alguien debe de habérselo llevado. Ella no
sabe más. Y eso es lo que comunica a Simón Pedro y al discípulo al que tú
amabas.
A dos milenios de distancia, agradecemos a
María de Magdala su curiosidad y su deseo de completar con tu cuerpo los ritos
habituales del sepelio. Le agradecemos también la rapidez con la que corre a
comunicar a los apóstoles que tu cuerpo ha desaparecido. Con razón ha sido
llamada “apóstol de los apóstoles”.
Sin embargo, la
gratitud que le debemos nos exige considerar atentamente su mensaje.“Se han llevado del sepulcro al Señor”. También
hoy tenemos la sensación de que te han llevado del sepulcro. Se han llevado tu
cuerpo, pero sobre todo es evidente que han decidido llevarse tu memoria y tu
mensaje. En realidad, se han llevado tu mismo espíritu.
Pero Magdalena
añade una segunda parte a su mensaje: “No
sabemos dónde lo han puesto”. También nosotros hemos de confesar, como
ella, que no sabemos dónde te han puesto. Es evidente que María se lamenta de esa
pérdida. Es más, parece reivindicar el derecho de “saber” qué es lo que ha
ocurrido con tu cuerpo.
Hoy nos llama la
atención esta nerviosa y dolorida ignorancia. María no puede quedar tranquila
al constatar que tu cuerpo ya no está en el sepulcro. Pero esa es una dura
denuncia de nuestra indolencia. Al parecer, no nos preocupa que te hayan
llevado. Y no nos inquieta no saber dónde estás. Que Magdalena venga a sacudir
nuestra indolencia.