EL
HAMBRE Y LA SED
“Al atardecer comeréis carne, por la mañana os hartaréis de pan; para que sepáis que yo soy el Señor Dios vuestro” (Éx. 16,12). Eso anuncia Moisés a su pueblo de parte de Dios. A pesar de las murmuraciones de sus hijos, el Dios que los ha liberado de la opresión no los abandona en el desierto. Las codornices y el maná son el signo de su protección.
El salmo
responsorial nos invita a proclamar esa misericordia de Dios que no abandona al
pueblo que olvida el milagro de su liberación: “El Señor les dio pan del cielo”
(Sal 77).
Por otra parte, la lectura continua de la carta a los Efesios nos exhorta a renovarnos en la mente y en el espíritu. Estamos llamados a vivir la nueva condición humana creada a imagen de Dios. Solo así podremos liberarnos de esa paganía que comporta la vaciedad del pensamiento (Ef 4,17.20-24).
CONTRASTES Y AVISOS
En la lectura
evangélica se recuerda el discurso que Jesús pronunció en la sinagoga de
Cafarnaum después del episodio de la distribución de los panes y los peces (Jn
6,24-35). El texto presenta al menos tres
contrastes que nos interpelan también a nosotros:
• “Me buscáis no
porque habéis visto signos, sino porque comisteis pan hasta saciaros”. Es importante
esa alusión a la “búsqueda” del Señor. Tambien nuestra forma de buscar a Dios
puede deberse al miedo o al interés. Nuestra búsqueda revela el espíritu con el
que nos acercamos al Señor. Buscarlo por egoísmo es una ofensa a su amor.
• “Trabajad no por
el alimento que perece sino por el alimento que perdura”. Es evidente que
tenemos que trabajar para vivir. Pero nuestra supervivencia diaria no debería
hacernos olvidar la gloria que Dios nos promete. La preocupación por el
presente no puede hacernos ignorar el futuro que nos espera.
• “No fue Moisés quien os dio pan del cielo, sino que es mi Padre quien os da el verdadero pan del cielo”. Son muchas las personas que, a lo largo de la vida, nos han ayudado a aceptar la voluntad de Dios. En sus consejos y en su ejemplo queremos descubrir y agradecer la providencia del Dios que nunca nos ha abandonado.
PAN Y AGUA
Tras la multiplicación y distribución de los panes y los peces, Jesús manifiesta que solo él puede saciar el hambre de los que lo buscan.
• “Yo soy el pan
de vida”. Jesús había asegurado a una mujer samaritana que él podía darle el
agua que salta hasta la vida eterna. Ahora se presenta a sí
mismo como el pan de la vida. A nuestra hambre y nuestra sed solo él puede responder
adecuadamente.
• “El que viene
a mí no pasará hambre”. Bien conocemos
nuestra hambre de pan y de sentido. Pero hemos de confesar que a veces hemos
tratado de satisfacerla con alimentos impropios de nuestra dignidad. No es extaño que sigamos sufriéndola cada día.
• “El que cree
en mí no pasará nunca sed”. Jesús manifiesta su sed al principio de su misión y
a la hora de su muerte. Con fe nosotros repetimos una antigua petición: “Agua
del costado de Cristo, lávame”.
- Señor Jesús, tú eres el verdadero maná, llovido del cielo. Creemos que tú nos alimentas en el desierto de la vida. Tú nos sostienes con el pan de tu palabra y el agua de tu vida. No permitas que nos alejemos de ti. Amén.
José-Román Flecha Andrés