ESPERAR ES OPERAR
“Jamás se oyó ni se escuchó ni ojo vio
un Dios, fuera de ti, que hiciera tanto por quien espera en él. Sales al
encuentro de quien practica con alegría la justicia y, andando en tus caminos,
se acuerda de ti” (Is 64,3-4). El creyente recuerda los pecados de su pueblo.
Pero sabe que Dios es un padre misericordioso. Queremos dejarnos moldear por él
como la arcilla por las manos del alfarero.
Con ese espíritu nosotros iniciamos el
camino del Adviento. Este es el momento para ir repitiendo un día y otro días
esa hermosa súplica del salmo 79: “Oh Dios, restáuranos, que brille tu rostro y
nos salve”.
Al comienzo de su primera carta a los Corintios, san Pablo evoca el ritmo de los tiempos. Da gracias a Dios por los dones totalmente gratuitos que por medio de Cristo ya han recibido en el pasado. Les recuerda que en el presente han de vivir aguardando la mnifestación del Señor. Y les promete que en el futuro, el mismo Señor los mantendrá firmes hasta el final (1 Cor 1,3-9).
LAS TENTACIONES Y LA ESPERA
En
este ciclo B, la liturgia dominical nos ofrecerá continuamente la lectura del
evangelio según san Marcos. En este primer domingo de Adviento se incuye una
breve parábola, en la que Jesús se refiere a la actitud de los criados que
están a la espera de que su amo regrese de un viaje. El portero de la casa ha
recibido el mandato expreso de
mantenerse en vela (Mc 13,33-37).
• La sorpresa que ha producido la
pandemia del coronavirus nos acusa de haber caído en esas cuatro tentaciones
que se mencionan en la primera lectura. Estábamos manchados y corrompidos. Nos
dejábamos arrastrar por cualquier viento, como las hojas marchitas de los
árboles. No invocábamos el nombre del Señor. Y estábamos como aletargados en
nuestra comodidad.
• Además, la parábola de los criados que aguardan la llegada de su amo es apropiada para este tiempo litúrgico del Adviento. Este es el tiempo para recordar nuestra vocación a la esperanza. Estamos llamados a vivir aguardando la venida del Señor. Ya no como siervos, sino como hermanos.. A todos se nos ha confiado una tarea concreta. Así que no podemos esperar en la ociosidad.
VIGILANCIA Y FRATERNIDAD
Es interesante descubrir que en el
evangelio de hoy se repite por tres veces la exhortación a la vigilancia. La rutina
en el trabajo y el olvido de las tareas que se nos han encomendado pueden adormecernos.
Pero no podemos caer en la pereza de una siesta irresponsable.
• “Estad atentos y vigilad, pues no sabéis
cuándo es el momento”. En este caso, la ignorancia no es una desgracia, sino un
estímulo. Ningún instante puede ser despreciado. Cualquier momento puede ser el
de la aparición del Señor en nuestra vida
y en la historia de la humanidad.
• “Velad, pues no sabéis cuándo vendrá
el señor de la casa”. A veces olvidamos que también vela quien espera a la
persona amada. La venida del Señor no puede concebirse como una amenaza. Si nos
mantenemos en vela no es por temor, sino por amor.
• “Lo que os digo a vosotros, lo digo a
todos: ¡Velad!”. La exhortación de Jesús se dirige a cada uno de nosotros. No
podemos vivir en la acedia ni en el pesimismo estéril. Hay mucho que hacer en
el mundo, en la Iglesia, en nuestra casa. Esperar es operar. Aguardamos la
venida del Señor, conscientes de nuestra vocación al amor y al compromiso con
la vida, con la verdad y la justicia.
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Padre nuestro celestial, en la oración que Jesús nos enseñó te pedimos todos
los días que venga a nosotros tu Reino. Hoy te rogamos que tu Espíritu nos
mantenga despiertos para escuchar el Evangelio de tu Hijo. Y que la espera de
su manifestación nos ayude a vivir en la fe, en la esperanza y en el servicio
amoroso de esa fraternidad y amistad social que nos pide el papa Francisco. Amén.
José-Román Flecha Andrés