“Estad atentos,
vigilad: pues no sabéis cuándo es el momento”
(Mc 13,33)
Señor
Jesús, a muchas personas les extraña que tú no hayas querido revelar el día de
tu venida o el momento de tu manifestación. Seguramente esa curiosidad por adivinar
el día y la hora se debe sobre todo a esta vida tan desordenada que llevamos.
Pretendemos
apurar los placeres del presente sin dedicar mucha atención a la felicidad que
se nos promete para el futuro. Pero nuestra conciencia nos dice que estamos
equivocados. Así que deseamos saber el día de tu llegada para ordenar
apresuradamente nuestra casa y nuestra
vida.
En
el fondo tenemos miedo de tu llegada. Nos horroriza pensar que tú puedes
sorprendernos enfrascados en nuestros vicios o en nuestras ridículas
diversiones. Así que entendemos tu exhortación a la vigilancia como un aviso
para evitar la vergüenza de nuestra irresponsabilidad.
Sin
embargo, creo que tu palabra puede ser entendida de forma positiva. Tú nos has buscado
y llamado, nos has invitado a seguirte y nos has enviado a anunciar tu mensaje.
Por todo ello te damos las gracias y pedimos tu ayuda para responder con
generosidad a esa vocación.
Con
todo, sabemos que el tesoro que nos has confiado supera nuestras fuerzas y
hasta nuestra imaginación. Conocemos
nuestra debilidad. Por eso vivimos a la espera de un signo esplendoroso de tu
presencia. No acabamos de creer en la fuerza del grano de mostaza.
Pero
tú nos has exhortado a permanecer siempre
en vela. No deberíamos dormirnos en la rutina ni el desencanto. Es
preciso estar vigilantes, porque en el momento que menos pensamos puede
manifestarse el fruto que tú nos has prometido.
Tú
no pretendes sorprendernos con una manifestación aparatosa. Son los pequeños
milagros de cada día los que nos revelan tu presencia entre nosotros. Es verdad
que no sabemos el momento. Por eso te pedimos que tú nos ayudes a mantenernos siempre
vigilantes. Amén.