LA BRISA Y EL VENDAVAL
“Después
del fuego el susurro de una brisa suave”. En la primera lectura de la misa de
este domingo (1 Re 19,9-13) se nos presenta a Elías refugiado en una cueva del
monte Horeb. En aquel lugar, en el que
Dios de la liberación se había mostrado a Moisés, también él espera oír la
palabra del único Dios para poder enfrentarse a los que promueven el culto a
Baal.
Contra sus propias expectativas, Dios no se presenta en el huracán ni en el
terremoto ni en el fuego. Dios se hace presente en el suave susurro de la
brisa.
Atemorizados por la pandemia y por los continuos ataques a la fe y a la Iglesia, muchos desean hoy que Dios irrumpa con fuerza en nuestra historia. Pero Dios es discreto. Todos deberíamos dirigirle con humildad las palabras del salmo responsorial: “Muéstranos, Señor tu misericordia y danos tu salvación (Sal 84, 9-14).
UN FANTASMA AL AMANECER
Después
de la distribución de los panes y los peces, Jesús pide a sus discipulos que tomen la barca para adelantarse, mientras
él despide a la gente y se retira al monte para orar a solas. Ahora bien, alejada
de la costa, la barca es fuertemente sacudida por las olas, porque el viento le
es contrario (Mt 14,22-33).
Bien
sabemos que en las páginas de la Biblia, el mar representa con frecuencia la
fuerza del mal. En este caso, atemorizados por el bramido del mar y por la
fuerza del oleaje, los discípulos de Jesús se sienten en peligro.
Sin embargo, cerca del amanecer se les muestra su Maestro, caminando sobre las olas. Pero cuado la fe es débil, no es fácil percibir la presencia de Dios y la fuerza de su poder. La media luz de la madrugada y el miedo que se ha apoderado de los discípulos, les hace creer que es un fansama.
LA FE Y LA PROVIDENCIA
Con
todo, el Señor se cuida de los que él ha elegido. Y les dirige una frase de
aliento para que afronten la travesía: “¡Ánimo, soy yo, no tengáis miedo!”. Una
frase de aliento que, andando los siglos, nunca deberíamos olvidar.
•
“¡Ánimo!”. Son muchos los que en los últimos tiempos han pensado y escrito que
la fe deshumaniza a la persona. No es verdad. La fe suscita en el creyente una
fuerza que con frecuencia parece inexplicable. La fe mueve montañas y aplaca
tempestades. La fe no ignora las dificultades, pero ayuda al creyente a
superarlas.
•
“Soy yo”. Son muchos los que atribuyen a la fuerza de su propia voluntad la
capacidad para superar los obstáculos de la naturaleza y las sacudidas de la
historia. Pero no es verdad. El ser humano es más débil y vulnerable de lo que
está dispuesto a reconocer. Necesita la confianza en la presencia y la
protección de Aquel que es la fuente de la vida.
•
“No tengáis miedo”. Son muchos los que han llegado a compartir la famosa observación
de san Juan Pablo II: “El hombre vive cada vez más en el miedo” (RH 15). Pero
son muchos los creyentes que recuerdan con qué frecuencia se repite en los
evangelios la exhortación divina a superar el miedo. Una invitación que va
dirigida a la Iglesia y a cada uno de los que navegamos en esa barca.
- Señor Jesús, a través de los elementos de la naturaleza, como la brisa y el vendaval, podemos comprender el misterio de tu presencia en nuestra historia. Que la fe nos ayude a percibir tu providencia sobre nuestra propia vida. Amén.
José-Román Flecha Andrés