“Señor,
si eres tú, mándame ir a ti sobre el agua”
(Mt 14,28)
Señor Jesús, al igual
que tus discípulos, tambien nosotros
hemos tenido alguna vez la sensación de navegar contra el viento, en una nave
sacudida por las olas.
Muchas veces nos sentimos solos y perdidos, en
medio de peligros y amenazas que nos hacen temer por nuestra propia vida. En
esas situaciones desearíamos tener la fuerza o la suerte para poder salir sanos
y salvos del aprieto.
Nos avergüenza recordar
que es precisamente en esos momentos en los que nos acordamos de ti, para
implorar tu ayuda y lograr sobrevivir. Pero tú sabes bien que el peso de
nuestro miedo solo es comparable con la magnitud de nuestra arrogancia.
Como a Simón Pedro, también
a nosotros nos gustaría poder saltar de la barca y acercarnos a ti,
caminando sobre las aguas. De hecho, uno de nuestros placeres consiste en
sentirnos diferentes a todos los demás. En el fondo, deseamos poder gloriarnos
de lo que nadie puede hacer como nosotros.
Sin embargo, hemos de
admitir que el fin no justifica los medios. Ni siquiera el fin de acercanos a
ti, de sentirnos protegidos por ti, de gustar de tu compañía. No podemos abusar
de tu comprensión y de tu gracia, para alejarnos de nuestros hermanos y
presumir de nuestros éxitos. A fin de cuentas, hemos de confesar que ni son
éxitos ni son nuestros.
Por otra parte, te
rogamos que no nos dejes caer en la tentación de tentarte. No es justo intentar
someterte a la prueba. Tú no tienes que darnos cuenta de nada. No debemos
juzgar al que es Justo. No son los milagros los que han de dar fundamento a
nuestra fe. Es la fe que tú nos concedes la que nos hará ver la vida toda como
un milagro de tu gracia y tu misericordia.
Con todo, Señor, yo te ruego avergonzado que perdones mi osadía si alguna vez me atrevo a dirigirme a ti con una petición como la de Pedro: “Señor, si eres tú, mándame ir a ti sobre el agua”.
José-Román Flecha Andrés