LA TRINIDAD DE DIOS
Moisés
había madrugado para subir a la montaña del Sinaí como le había ordenado el
Señor. Dios no faltó a la cita y bajó en la nube para encontarse con él. Cuando
Moisés pronunció el nombre del Señor, él
pasó ante Moisés proclamando: “Señor, Señor, Dios compasivo y misericordioso,
lento a la ira y rico en clemencia y lealtad” (Éx 34,4-6).
Es
impresionante esa manifestación de Dios. Y es conmovedora la confianza de
Moisés. Como apelando a esa compasión y misericordia, se atreve a pedir al
Señor que acompañe a su pueblo, que perdone sus culpas y pecados y lo considere
como su heredad.
A
ese Dios rico en clemencia y lealtad dirigimos hoy nuestra alabanza con un
himno venerable (Dan 3,52-56).
EL
AMOR EN EL CENTRO
En esta fiesta de la Santísima Trinidad, el
evangelio nos recuerda cómo Jesús revela a Nicodemo el amor de Dios que lo
lleva a entregar a su propio Hijo para salvación de la humanidad: “Tanto amó
Dios al mundo que entregó a su Hijo único, para que no perezca ninguno de los
que creen en él, sino que tengan vida eterna” (Jn 3,16).
Comentando
estas palabras, escribía el papa Benedicto XVI en su encíclica Deus caritas est: “La fe cristiana, poniendo el amor en el centro, ha asumido
lo que era el núcleo de la fe de Israel, dándole al mismo tiempo una nueva
profundidad y amplitud” (DCE 1).
He
ahí cómo se completa la revelación de Dios. Dios manifestaba en otro tiempo,
por medio de Moisés, la compasión que lo había llevado a liberar de Egipto a su
pueblo. El mismo Dios manifiesta ahora, por medio de Jesús, su amor a este
mundo.
En
la religión de los griegos y romanos nunca se habría podido imaginar que los
dioses amaran a los hombres. Los dioses infundían terror. El ateísmo contemporáneo tiene su raíz en una
falsa idea de Dios y del hombre. Se considera a Dios como un tirano prepotente
y vengador. Y se considera al hombre como poderoso y autosuficiente.
Hasta
que un virus inesperado nos obliga a reconocer nuestra debilidad. Esta es la
hora de una nueva revelación de la menesterosidad del hombre y de la
misericordia amorosa de Dios.
CAMINO
Y EVANGELIO
En
esta fiesta de la Santísima Trinidad es frecuente recordar a los tres personajes
que aparecen en el célebre icono de Andrei Rublev. También conocemos la curiosa
imagen de la Trinidad que se conserva en la parroquia de Lardeira (Orense). En
ambos casos, tres personas diferentes revelan su identidad divina.
A las
tres persona del único Dios se refiere san Pablo en su saludo a los corintios, que
hacemos nuestro al inicio de la misa: “La gracia de nuestro Señor Jesucristo,
el amor de Dios y la comunión del Espíritu Santo estén siempre con vosotros” (2
Cor 13,13).
•
“La gracia de nuestro Señor Jesucristo”. Si por Moisés nos fue dada la Ley, la fe nos dice que por Jesús recibimos
la gracia y la verdad que nos hace libres (Jn 1,17; 8,32).
•
“El amor de Dios”. El Dios Creador del mundo y liberador de Israel, es nuestro
Padre y nos ama de forma gratuita, que tratamos de manifestar por medio de
nuestro amor.
•
“La comunión del Espíritu Santo”. El Espíritu de Dios es la comunidad de Dios,
que con esperanza queremos reproducir
en nuestras comunidades humanas.
Según el papa Francisco, nuestra fe en
el Dios trinitario promueve el amor al prójimo, la fraternidad y la justicia y
nos ayuda a vivir la compasión que
comprende, asiste y promueve a la persona (La
alegría del Evangelio 178-179).
- Dios compasivo y misericordioso, que te
revelaste a Moisés y te has mostrado en Jesucristo, confiamos en ti, tanto en
los días felices como en las horas de angustia. Te adoramos en la unidad de tu
ser y en la Trinidad de tus manifestaciones. En tu nombre nos ponemos en camino
y proclamamos para tu gloria el evangelio que nos salva. Amén.
José-Román
Flecha Andrés