(Jn 6,51)
• Señor Jesús, al celebrar la eucaristía, volvemos nuestra
mirada al pasado. No podemos olvidar que estamos celebrando la memoria de tu
vida. Tú pasaste por la tierra prestando atención a los humildes y a los
pobres, a los enfermos y a los marginados. No queremos ignorar ni olvidar
tu misericordia.
Al final te entregaste a los de cerca y a los de lejos. Al
celebrar la eucaristía hacemos memorial de tu entrega. Ya sabemos que dar la
razón a un ajusticiado significa quitar la razón a quien lo ajustició. En cada
eucaristía proclamamos tu muerte. Por eso, nuestra celebracion es tan
peligrosa.
• Pero al celebrar la eucaristía, no ignoramos el presente
que vivimos. Sabemos que tú te preocupabas por las multitudes hambrientas que
te seguían. Los alimentabas con tu palabra. Y les diste pan para su hambre.
Pero sobre todo, te diste a ti mismo. Ellos sabían que podían contar con tu
tiempo. Y el tiempo es la vida.
Hoy crece el número de las personas que mueren de hambre y
de miseria. Con mucha frecuencia son alimentados gracias a la ofrenda de los más
pobres y al servicio voluntario de los más sencillos. Recordar tu compasión nos
hace avergonzarnos de nuestra comodidad y nuestra indiferencia.
• Finalmente al celebrar la eucaristía no podemos dejar de
pensar en el futuro. El mundo del mañana anhela las razones para vivir y para
esperar. En este mundo que ha olvidado el gozo y la demanda de la fraternidad,
celebrar la eucaristía significa anunciar y preparar un mundo de panes
compartidos.
Tú eras el pan vivo bajado del cielo. Tú eras el alimento y
el aliento inesperado, la ayuda y la
ternura. Tú eres pan y promesa, paz y justicia, cercanía y esperanza. Tú nos
invitas a hacernos eucaristía y a dejarnos comer por los hambriento de este mundo.
A convertirnos en lo que tú eres y nos das. A eso nos compromete comer tu pan y
beber de tu cáliz.