SALIVA Y BARRO
“Levántate y úngelo de parte del Señor, pues es este” (1 Sam
16,12). Samuel había llegado hasta Belén y había entrado en la casa de Jesé.
Dios lo había enviado para buscar al que había de ungir como rey. Fijándose en
la apariencia de los muchachos, el profeta hubiera elegido a cualquiera de los
hijos de Jesé.
Pero Dios tiene unos criterios muy diferentes con relación a
las personas. De hecho, el proyecto de Dios se centraba precisamente en David,
el menor de los hermanos, que estaba en
el campo, pastoreando el rebaño. No es insignificante ese dato. Con razón el
salmo responsorial nos invita hoy a cantar: “El Señor es mi pastor, nada me falta”
(Sal 22,1).
En la carta a los Efesios, se nos recuerda que, gracias a la
elección misericordiosa de Dios, los que antes éramos tan solo tinieblas, ahora
hemos llegado a ser luz y, por tanto, estamos llamados a vivir como hijos de la
luz (Ef 5,8-14).
TRES PASOS
En el evangelio de este domingo cuarto de cuaresma parecen
recogerse esas dos referencias a la unción y a la luz. En Jerusalén, Jesús se encuentra
con un ciego de nacimiento y realiza un gesto sorprendente. Con su saliva y la
tierra, hace un poco de barro y con él
unge los ojos del ciego. El relato evangélico (Jn 9,1-38) nos sugiere al menos
tres reflexiones:
• En primer lugar, observamos el encuentro de la
misericordia divina con la soledad y la debilidad humana. En el caso el ciego
de Jerusalén la iniciativa parte de Jesús. Nadie le pidió que interviniera. Él
vio al hombre ciego y espontáneamente se acercó a él.
• Jesús unge al ciego con una mezcla de saliva y de tierra.
Los padres de la Iglesia anotaron que nuestra salvación es fruto de la unión de
lo divino que hay en Jesús y de la tierra de la que hemos sido formados y que
pisamos con nuestros pies.
• Una vez que ha ungido al ciego, Jesús lo envía a lavarse
al estanque de Siloé. El evangelio señala que ese nombre significa “el
Enviado”. Ese nombre se refería tan solo
al “canal” de las aguas, pero ahora atrae nuestra atención hacia el Enviado
para darnos la luz.
Como el ciego de nacimiento, también nosotros recuperaremos
la visión si lavamos nuestros ojos en las aguas de “el Enviado”. Solo él nos
hará ver con claridad.
CUATRO
REACCIONES
Además, la curación del ciego de Jerusalén suscita al menos cuatro
reacciones que reflejan también nuestras posturas ante el Señor de la luz.
• Las gentes que han conocido al ciego de nacimiento se
hacen muchas preguntas sobre él y sobre lo asombroso de su curación. Con su
sola presencia, el ciego interpela a sus vecinos y conocidos. Dicen que no
puede ser un pecador quien ha realizado un signo tan admirable.
• Los fariseos se escandalizan porque Jesús ha realizado
esta curación en sábado. No les importa la persona, les importan las normas. Su
aparente fidelidad a la ley les impide descubrir la identidad del Señor de la
ley. Según ellos, Jesús no puede venir de Dios.
• Ante las preguntas de los fariseos, los padres del ciego tratan
de inhibirse y remitir a su hijo todas las respuestas. Saben que quien
reconozca a Jesús como Mesías quedará excluido de la sinagoga. El miedo les
impide reconocer la verdad y dar testimonio de ella.
• El que había sido ciego valientemente reconoce a Jesús
como profeta. De nuevo experimenta la iniciativa de Jesús, que se acerca a él.
Se abre a sus preguntas y profesa su fe
en el Hijo del hombre. Todo un resumen del camino del creyente.
- Señor Jesús, con frecuencia sentimos que caminamos en la
oscuridad. Solo tú puedes abrir nuestros ojos a tu luz. También ahora tu
misericordia se sirve del barro de nuestras epidemias y de nuestra miseria. Ayúdanos
a aceptarte como nuestro Señor y Salvador, a superar el miedo a las presiones
que padecemos y a profesar nuestra fe con valentía. Amén.
José-Román Flecha Andrés