“Este es mi Hijo amado, en quien me complazco”
(Mt 3,17)
Señor
Jesús, tú bajaste al Jordán como había bajado en otro tiempo Josué. Con la
fuerza de Dios y su tenacidad en la fe, él introducía a su pueblo en la patria
prometida. Con la revelación del Padre y tu humildad, tú guiabas al pueblo de
la nueva alianza hacia una esperanza cumplida.
Tú
bajaste al Jordán como en otro tiempo bajó Elías. Él llegaba al río impulsado
por el Señor y, al ser arrebatado al cielo, dejaba a su discípulo la seguridad
de la protección de Dios. Cuando tú salías del agua se abrieron los cielos y la
voz de lo alto nos reveló tu dignidad de Hijo amado de Dios.
Tú
bajaste al Jordán como en otro tiempo bajó Naamán, jefe de los ejércitos de
Aram. Su lepra quedó curada en aquellas aguas por la obediencia a la palabra
humana de Eliseo. Nuestras lepras encuentran curación en las aguas bautismales
por tu obediencia al proyecto divino.
En
tu bautismo nos ha sido revelado que Dios tiene entrañas de Padre. Su bondad y
su amor descansan sobre ti.
En
tu bautismo hemos llegado a descubrir que tú eres el Hijo amado del Padre. Él
te ha enviado al mundo para nuestra salvación.
En
tu bautismo hemos visto que tú eres la tierra fértil de la nueva creación.
Sobre ti se ha posado el Espíritu, como la paloma que anunció el fin del
diluvio.
En
tu bautismo hemos comprendido que nuestra vida no es una aventura estéril. El
amor con que el Padre te privilegia se ha derramado sobre nosotros.
En
tu bautismo somos admitidos a formar parte de la familia de los pecadores perdonados,
de los esclavos redimidos, de los huérfanos adoptados.
En
tu bautismo se afianza nuestra fe, se renueva nuestra esperanza y el amor gratuito
de Dios nos pide respuesta generosa y responsable hacia sus hijos.
En
tu bautismo, Señor, la tierra, el aire y el agua, nos recogen en el abrazo
cósmico de esta casa común que ha sido confiada a nuestro cuidado.
Por
todo ello te alabamos, te bendecimos y te damos gracias. Amén.
José-Román
Flecha Andrés