ARTESANOS DE LA PAZ
En este mundo de lo efímero, consideramos las palabras de
ayer como antigüedades. Sin embargo, no deberíamos olvidar el mensaje que el
papa Francisco nos ha dirigido con motivo de la Jornada Mundial para la paz, de
este año 2020.
En él nos recuerda que los antiguos profetas de Israel nos
exhortan también hoy a abandonar el deseo de dominar a los demás y a aprender a
vernos como personas, como hijos de Dios, como hermanos.
Y nos ofrece un pensamiento que es una norma universal de
conducta para creyentes y no creyentes: “Nunca se debe encasillar al otro por
lo que pudo decir o hacer, sino que debe ser considerado por la promesa que
lleva dentro de él”.
Como evocando la
canción de Lámec, Jesús recordaba a Pedro la necesidad de perdonar hasta
setenta veces siete. La razón es muy clara. “Aprender a vivir en el perdón
aumenta nuestra capacidad de convertirnos en mujeres y hombres de paz”.
Pero hay algo más.
Nuestra indiferencia con relación a los demás nos ha llevado a justificar las guerras, la injustica, la
violencia y el maltrato a la naturaleza. Hoy es evidente que además de la
reconciliación entre los humanos, necesitamos una conversión ecológica.
No podemos amar a los hermanos y privarles de este mundo
que Dios nos dio para que hagamos de él nuestra casa común. Esa conversión
ecológica exige de nosotros adoptar una mirada
nueva sobre la vida. El Creador generosamente
nos dio esta tierra y nos sugiere la alegre sobriedad de compartir.
El Papa recuerda ese trípode famoso que configura la vida
humana y la responsabilidad personal y ecológica, social y religiosa. Es
urgente modificar nuestras relaciones “con
nuestros hermanos y hermanas, con los otros seres vivos, con la creación en su
variedad tan rica, con el Creador que es el origen de toda vida”.
Citando a san Juan de la Cruz, el Papa afirma que “se
alcanza tanto cuanto se espera”. Y así es. “La paz no se logra si no se la
espera”. Es preciso creer en la
posibilidad de la paz; creer que el otro tiene nuestra misma necesidad de paz.
Además, es necesario superar el miedo y recobrar la
confianza en nuestros hermanos. Somos hijos del mismo Padre, que es amor generoso
y gratuito para todos. “La cultura del encuentro entre hermanos y hermanas
rompe con la cultura de la amenaza”.
Los creyentes conocemos la importancia del sacramento de
la reconciliación. Todos somos pecadores, pero Dios nos perdona, en Cristo. Por
tanto, también nosotros podemos y debemos ofrecer el perdón a los hombres y mujeres de nuestro tiempo.
El perdón y la reconciliación manifiestan nuestra
fraternidad y fortalecen nuestra voluntad de preparar con paciencia los caminos
de la paz. “Día tras día, el Espíritu Santo nos sugiere actitudes y palabras
para que nos convirtamos en artesanos de la justicia y de la paz”.