“Levántate, toma al niño y a su madre”
(Mt 2,13.20)
Padre
de los cielos, parece que el sueño es el espacio que tú prefieres para
comunicarte con los hombres. Durante el sueño de Adán fue creada Eva. En
sueños, hablabas a Abrahán, a Jacob y a José. En el sueño llamabas al pequeño
Samuel. Y descifrando los sueños hacía historia Daniel.
En
sueños revelaste a José de Nazaret tu plan de salvación para nuestra humanidad.
Y en el sueño lo llamaste para que asumiera su responsabilidad y defendiera la
vida de María y de José.
Bien
sabemos que tú eres el Invisible, pero siempre cercano. Tú no te muestras
indiferente ante nuestras tareas y ante nuestros proyectos. El sueño es el
espacio y el tiempo en el que tú nos revelas tus planes sobre el mundo, sobre
nuestra historia y sobre nuestra vocación.
Seguramente
necesitamos estar libres de intereses y desocupados para que tú puedas llegar a
nuestra conciencia. El sueño nos hace vulnerables. Tú nos llamas en el sueño
para encontrarnos más abiertos e indefensos ante tu voluntad.
Pero
el sueño no debe cerrarnos de nuevo en nuestros miedos o arrogancias. Tú nos
llamas y esperas que aceptemos tus planes sobre el mundo y sobre nuestra
pequeña historia.
A
José de Nazaret le pediste generosidad para comprender el misterio de tu gracia
y tu elección, el misterio de la vida inesperada, el misterio del amor
inexplicable.
A
José de Nazaret en sueños le pediste que no se durmiera en la tranquilidad que
puede darnos muerte. Los sueños fueron para él un despertar a la realidad. Una
urgente invitación a asumir una responsabilidad impostergable.
Soñar
era y es para nosotros apresurarnos a defender los dones y tareas de la vida y
la familia, del amor y la
disponibilidad.
Por
eso, Padre, soñar es para mí dejar de pensar en mí mismo y escuchar tu voz para
que atienda a aquellos que tú amas. Amén.